Lázaro David Najarro Pujol
Fotos autor y A. González
Tuve el honor de ser el padrino del bautizo de niño ecuatoriano Darwin Ramírez Punina. Residía en el Lindero, una de las comunidades indígenas de los altos de Pilahuín, en la provincia de Tungurahua, a 3 600 metros de altitud. Corría el año 2008.
Lo había conocido en La Habana el mes de abril de 2005 cuando viajó a la isla a un tratamiento médico. Entonces tenía solo cuatro años de edad.
Lo esperé en el aeropuerto Internacional José Martí, de la capital cubana. Generalmente el que aguarda le parece que los vuelos anunciados no llegan y los minutos transcurren como horas. Yo soy de ese grupo, de los impacientes.
Aunque el avión, había arribado en tiempo, lo imaginaba aún en pleno vuelo.
Una joven se me aproximó y me preguntó si había llegado:
— Hace unos minutos aterrizó.
Acepté en la respuesta. El pasajero que yo esperaba, era muy especial. Se trataba de un niño indígena de solo cuatro años. Venía del Ecuador.
Casi todos los viajeros habían traspasado el amplio salón de la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana. Por fin apareció halando una maleta pequeña color negra. Él nunca había visto un avión, solo en el aire cuando vuelan a gran altura por las montañas donde vive. Dicen que incluso desde Quito, el observatorio puede divisar mejor el paso del cometa Halley.
Darwin no se muestra tímido, ni tampoco asustado ante tantas personas desconocidas para él. Hasta yo era extraño, pero me saludó como si me conociera de siempre. Por su comportamiento parecía un niño de mayor edad. Es pequeño pero muy fuerte. Después supe que, con solo 4 años de edad, ayuda a su padre en las labores de la agricultura.
Tiene la cara quemada por el fuerte aire frío de las montañas. Sus ojos son negros y grandes; su cara achinada, su pelo muy lacio cayéndole casi sobre los hombros. Sudaba intensamente.
Cuando la doctora en jurisprudencia María Alicia me lo presentó, extendió sus manos tiernas y sudorosa. Río con picardía. No dijo ni una sola palabra y sus ojos reflejaban alegría.
Subimos al auto y transitamos por una amplia avenida. El niño sonreía. De pronto indicó:
— ¡Mira! ¡Una vaca!
El auto ya había pasado el sitio señalado por el niño.
— ¿En el Lindero tienen vacas? — le pregunté.
— Sí — dijo sonriendo.
Estaba de rodillas sobre el asiento trasero y observaba el paisaje a través del cristal del auto.
— ¿Qué haces en las montañas?
— Siembro y cosecho con mi padre, abono la tierra… Cuido los animales…
— ¿Las vacas?
— Las vacas y ñuca (Ovejita).
Ahora transitábamos por la avenida Presidente y pronto llegamos a nuestro destino final. Llevamos al niño al malecón habanero. Observaba el mar con detenimiento y curiosidad. Las olas traspasan el muro del malecón.
— ¿Qué es eso? — Preguntó abriendo sus grandes ojos y señalando con las dos manos hacia el horizonte.
— Es el mar.
— ¿El mar?
— Sí, el mar. Es como un río grande e inmenso. No se puede ver la otra orilla. El agua no es dulce como los ríos que tú conoces. El agua es salada — atiné en contestarle al niño.
— ¿Comprendes?
— Sí — dijo por decir algo y continúo contemplando el mar. Nunca antes había visto el mar.
Se muestra cariñoso con todas las personas que va conociendo: Ángela, María, Enrique…
Un doctor nos dice con firmeza:
— Es un niño muy inteligente. Si estudia puede convertirse en un profesional prestigioso.
Aprende muy rápido. Para su edad se expresa muy bien. A veces entremezcla el castellano con el quichua.
Toda esa sabiduría se la debe a su mamá Beatriz Punina y ese sentido de laboriosidad a su papá Efraín Ramírez.
Se siente cansado. Ha caminado mucho. Me indica que lo cargue, pronunciando una palabra mágica: Por favor y luego la otra:
— Tupaichani (Gracias).
La alegría se refleja en sus ojos infantiles. No estuvo mucho tiempo en La Habana.
Han transcurrido 16 años de su visita a Cuba, al parque Lenín, al restaurante Las Ruinas y de sus recorridos por la Habana Vieja. Han acontecido 13 años del memorable bautizo en 2008 en las montañas ecuatorianas. Darwin Ramírez Punina, ahora es un jovencito.
Momentos de su Bautizo del niño ecuatoriano Darwin Ramírez Punina. En la gráfica además del sacerdote aparece el padrino y el periodista Lázaro David Najarro Pujol, quien fue su padrino.