Claudio Ochoa
Ya desde el inicio de los setenta se asomaba su gran poder, comenzaba con pequeñas cantidades que iban por el correo, y las que transportaban los viajeros en la doble suela de sus zapatos. La cocaína apenas surgía y venía desde Perú y Bolivia, muy lejos de las grandes hectáreas de marihuana, en la costa atlántica colombiana. Pero pronto, el clima, la cercanía a EE.UU. y el ingenio, más la guerra de Vietnam pondrían a Colombia en primer plano.
Algunos narcos, acosados por su conciencia, por sus familias, o interesados en legalizar billonarias fortunas han propuesto normalizar la producción y el consumo de la coca. Incluso recordamos al que se comprometió a pagar la deuda externa nacional, durante el Gobierno Betancur, a cambio de evitar la extradición. Un ex presidente, vinculado de muy joven a los temas financieros, propuso en los setenta legalizar la marihuana y luego la coca, y terminó enredado por malas compañías que le ayudaron financiando su campaña presidencial, causando gravísimos años al país, pues cedió muchísimo ante los legisladores que manejaron judicialmente su caso, y buena parte de su Gobierno fue confuso, errado.
Unos 50 años llevamos tratando de reprimir las drogas ilícitas, y en lugar de calmar este incendio, cada año crece y crece más, mientras Colombia no para de pagar los platos rotos. Entre tanto, los países consumidores se destacan por reforzar sus fuerzas aduanera, investigativa y policial, para evitar el ingreso del narco y el desangre en dólares, euros y libras esterlinas. Poco, poco brillan las campañas de prevención del consumo.
Hoy cientos de miles de colombianos viven de las drogas ilícitas, y millones de millones en el mundo. Aquí y allá gran cantidad de ellos prefieren la no legalización, especialmente quienes aparentan actividades dentro de la ley, pues dejarían de percibir toneladas de dólares. Seguramente curtidos mafiosos ya prefieren legalizar, para llevar una vida tranquila como verdaderos agroindustriales de la droga recreativa, pero sus auxiliadores-beneficiarios no los dejan.
Para qué legalizar, dirán ciertos políticos, pues quedarán sin el apoyo financiero de narcos amigos, para a cambio recibir favores en casos de emergencia y no emergencia. El sistema financiero y los paraísos fiscales, ¿cómo quedarían sin lavados de activos? Los comerciantes de armas, los contrabandistas en general, que tienen la droga ilícita para sus trueques, o sus dólares como materia prima para su trabajo. Los comerciantes minoristas y vendedores apostados en miles y miles de semáforos, que venden mercancías pasadas por la droga, quedarían sin ingresos y sin trabajo. Bufetes de ávidos profesionales del derecho, que día a día hacen millones liberando (con alegatos legales o sin ellos) a narcos caídos en desgracia, serán otros perdedores el día en que se legalice la coca, además de funcionarios auxiliadores, y corruptos policías y jueces.
Los vendedores y traficantes con precursores químicos y combustibles, los jíbaros y minoristas, otros afectados, entre decenas, como unos que otros constructores y dueños de portentosos comercios.
Las autodenominadas guerrillas, las otras delincuencias que no se excusan en fines políticos ni humanitarios, tendrían que reinventarse. La dictadura venezolana y sus socios «socialistas» no tendrían tal cohesión, y el «cartel de los soles» perdería tan preciada fuente de ingresos.
Sí, fuerzas muy poderosas en el mundo se nutren de la droga ilícita, y crecen y crecen. Casi siempre los señaladas son los puros narcos. Colombia y las naciones tercermundistas ponen la mala fama y los muertos.
Los consumidores estadounidenses y europeos siguen alimentando esta situación, mientras los gobiernos de los primeros poco hacen o pueden hacer para evitar que las debilitadas democracias sigan decayendo ante la vigorosa pandemia del falso prohibicionismo. El actual gobierno mexicano y los casos del general Cienfuegos y del hijo del chapo Guzmán son muestras de debilidad en esa democracia, o acaso complicidad o impotencia. Estados Unidos, ineficaz o cauto, como lo ha sido también ante la tiranía en Venezuela. Vecinos así, causan graves daños.
En Colombia se acercan las elecciones legislativa y presidencial, y los dólares de la coca como que vendrán con todas las fuerzas, mientras los prohibicionistas, los partidarios de penalización de la droga siguen disfrutando de los dividendos que les genera esta situación. Está amenazada la alternación en el poder, consuelo que nos queda en la democracia, el derecho al voto. No hay Consejo Electoral con herramientas y ánimos para evitarlo. El poder público, sus ramas, están en tal relajo…
Reconocer que el prohibicionismo y la penalización no pueden continuar, los narcos no son el gran problema, son todos los que pululan como moscas alrededor del billonario negocio, interesados en que la situación siga como está. Combatir a todos estos «auxiliadores» es muy arduo, casi imposible, van ganando, mucho «cuello blanco» y gris.
Mientras tanto los billones y billones de dólares, euros, pesos, etc. se van en la represión y en la penalización, y poco, poco en la prevención, a la vez que están a la vista pública drogas altamente químicas y más dañinas que la coca, no tan combatidas. La OMS, ¿nula ante el fenómeno? Invertir los papeles es lo indicado, con legalidad o sin ella el consumo no dejará de crecer. Llegó la hora de legalización total con controles, cuántos cientos de miles de muertos evitaríamos, menos daños entre los consumidores, menos costos en curación, menos erosión de los gobiernos a causa de competencias desbarajustadas por el poder, dada la influencia de dineros dañinos.
Ojalá, en medio de su pragmatismo, el presidente Biden y su Gobierno den un primer paso, como el avance que propició el presidente Roosevelt al legalizar en 1933 la cerveza. Al respecto, Colombia sigue avanzando con la marihuana medicinal, ojalá un día cercano tengamos a verdaderos empresarios, agroindustriales de la coca, toda su cadena productiva con dignidad, menos erosión y contaminación de ríos.
El dinero mafioso de la droga hace rato permeó la política en Colombia