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«La pequeña Caracas»: LA HUELLA DEL PARO NACIONAL

Con frecuencia son aprendidos ciudadanos venezolanos en Colombia acusados de delinquir. 

 

 
Carlos Villota Santacruz

Tras superar los 33 días de Paro Nacional, la huella de las manifestaciones pacíficas comienza a salir a la luz pública, tras un agotamiento natural de sus protagonistas, que en el caso de los migrantes venezolanos –comprobado por las autoridades colombianas- se mueven entre calles y zonas rurales en 18, de los 32 departamentos del país.

En ciudades como Bogotá, Cali, Medellín, Pasto, Ibagué y Cartagena, este grupo poblacional en edades entre 13 a 25 años, ha dado vida a fronteras invisibles en parques, en vías, corregimientos y veredas, que llaman «la pequeña Caracas», donde actúan como amos y señores, negocian marihuana, cocaína y todo tipo de alucinógenos, armas, bicicletas robadas e incluso tráfico de niños y prostitución.

Al igual que en los Comandos de 1, 2, 3 y 4 en el Paro Nacional, la línea de acción del  «batallón» de grupo de hombres y mujeres venezolanos», se ha apoderado se sitios neurálgicos de ciudades en Colombia, desde operan las 24 horas del día, bajo un total hermetismo y con un sofisticado sistema de comunicaciones, a través de celulares, señales y códigos.

Así, por ejemplo, si en una calle –de las capitales antes mencionadas- una persona retira dinero de un banco, compra un artículo en un almacén o una plaza de mercado, la red de «milicias bolivarianas» da parte de «luz verde» para cometer atracos a mano armada, cuchillo o todo tipo de armas. (incluso escopolamina).

«La pequeña Caracas» no es un cuento de ficción. Es real. Ya operan en departamentos como Cundinamarca, Tolima, Cauca, Nariño y Putumayo, donde de manera paulatina se han apoderado los migrantes, con la ayuda de colombianos de todas las edades –en la mayoría desempleados- para edificar esa frontera invisible, donde se habla de «chamo» y en el lenguaje del vecino país.

En esas zonas, las mujeres ofrecen servicios sexuales con condón a 30 mil pesos. Si es con todos los juguetes –incluido alcohol y droga de 200 mil a 500 mil pesos, al tiempo que también se alquilan niños y niñas para pedir limosnas en las calles o alimentos. «Por ejemplo, eso pasa en la ciudad de Ibagué en el centro», dice una vendedora ambulante al Noticiero Nacional Digital.

«La invasión» se ha ejecutado en etapas, en el preámbulo del Paro Nacional, donde este grupo de personas tienen papeles específicos para alterar el orden público. Incluso, jóvenes de apariencia tranquila, que se «ganan la vida lanzando pelotas al aire o argollas- se alejan de esa actividad, cuando comienza la alteración de orden público, para atacar bancos, entidades públicas y saquear almacenes».

Incluso, los vendedores ambulantes que -ocupaban por años zonas de las ciudades antes mencionadas- rurales, históricas y turísticas, fueron sacados a empellones, con malas palabras y amenazas contra su vida, si se atreven a regresar por parte de venezolanos.

«Son con una plaga». Abrirle la puerta a un venezolano, es como abrirle la puerta a un tsunami de gente. Todos los días llegan dos o tres personas. De inmediato tienen trabajo. Hacen de vigilantes de esta operación de la creación de «pequeñas Caracas», donde se habla de la Revolución Bolivariana, del extinto narcotraficante Pablo Escobar o de hacer la vuelta, que no es otra cosa que cometer acciones al margen de la ley.

«Todo este escenario, caótico se vive a diario», añade un hombre pensionado, que ha visto desfilar ante sus ojos, hombres y mujeres armados, que hacen «fechorías» a pleno luz del día. «Tienen más garantías que nosotros que somos de Colombia. Estamos secuestrados en nuestro propio país», dice con lágrimas en los ojos.

A diario llegan decenas de Venezolanos. Unos a trabajar de manera honesta. Otros llegan a delinquir.

Mujeres venezolanas llegan a Colombia en buena parte a ejercer la prostitución.