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NICARAGUA, PEÓN GEOLOGÍSTICO CONTRA COLOMBIA

La pelea por el mar entre Colombia y Nicaragua

 

 

 

Gerney Ríos González

El ajedrez geopolítico global, lo mueve China de Pekín en su expansionismo geologístico con sus vasos comunicantes en los océanos Pacífico e Índico, motivando una reacción armada de incalculables proporciones direccionados por Estados Unidos y sus potenciales aliados. La dialéctica enseña que a toda acción viene una reacción, la cual no da espera, los miembros del Commonwealth con sus 53 estados, tienen los ojos a visor; Australia, con sus 7.692.030 de kilómetros cuadrados fortalece sus defensas de un potencial agresor ubicado en el norte del planeta, que activó la manipulación biológica con la sino-covid-19 que puso en acuartelamiento de primer grado al planeta.

La Geologística es la suma de la geopolítica, economía y logística, aplicada a la perfecta sinergia organizacional, donde los chinos se especializan día a día para penetrar al mundo.

La geopolítica, ciencia que evalúa la proyección espacial del cuadrante factor humano, geografía, poder y Estado-Nación, con ubicación presente y futura en el concierto de los países del mundo. Su nombre y estudio se inició entre los años 1822 a 1891 cuando el geógrafo alemán, Friedrich Ratzel, fundador de la geografía humana, expuso la teoría «hombre y sociedad dependen del suelo en que viven y el destino de la humanidad se determina por las leyes de la geografía». Este antropo geógrafo escribió las siete leyes del expansionismo alrededor del tema de Charles Robert Darwin, fundamentada en la supremacía del más apto. El gran espacio mantiene la vida y todo tiene su causa. Su sobrino Bernard Karl Ratzel Ratzinger, vivió durante 55 años en Colombia, fundador de las camisas de exportación que llevaban su nombre y primo de Joseph Aloisius Ratzinger, Papa Benedicto XVI.

El adagio orbital proclama, «nadie sabe para quién trabaja» y todo es circunstancial, los asesinos e invasores del pasado se convertirán en los  rectores de los derechos humanos; los enemigos de ayer, serán los aliados del mañana; el «coco» de los chinos en desarrollo del siglo XX fueron los japoneses que tuvieron la capacidad de penetrarlos y someterlos, motivando las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki por parte de Estados Unidos para contrarrestar sus ímpetus de extensión, desarrollo, crecimiento, propagación y difusión disuasiva. En el Tercer Milenio, todo parece indicar, que el antídoto o detente motiva la reaparición militar de los pobladores del archipiélago del sol naciente, aprestados para reaccionar por la supuesta sed de venganza de sus vecinos, un potencial duelo sino-nipón.

En su expansión tentacular, el eje sino-nica parece una realidad que permite a la potencia asiática ubicar un vaso comunicante del océano Pacífico con el mar Caribe-océano Atlántico, transformando el patio trasero-USA, las tierras nicas, en un exquisito atractivo dentro de una operación envolvente y jugada maestra de ajedrez donde el peón se come a una reina y Colombia perjudicada por estos movimientos geoestratégicos. Instrumento en la presente dinámica, objeto de manipulación es la Convención de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo del Mar (CONVEMAR o CDM o CNUDM), Tratado multilateral aprobado el 30 de abril de 1982 en Nueva York, que entró en vigor el 16 de noviembre de 1994 con 168 firmantes.

La Convemar, marco jurídico regulador de todas las actividades humanas en océanos y mares, que propicia la comunicación global y promueve sus usos con fines pacíficos, reúne en un solo tratado las cuatro convenciones firmadas en Ginebra, específicamente sobre mar territorial y zona contigua, alta mar y pesca, preservación de los recursos marinos vivos y plataforma continental, convirtiéndose en instrumento legal en el ordenamiento de los espacios marítimos, concepto de juicio de aguas territoriales a partir de doce millas de la costa de un Estado, debilitado por la injerencia y los intereses del nuevo gendarme de la segunda dimensión: china.

Lo acordado permitió al antiguo imperio asiático su proliferación en los mares, propiciando una tirantez planetaria con acorazados, portaaviones y submarinos estadounidenses, británicos, coreanos y taiwaneses donde fluye la armada China prospectiva, que incorpora arsenal nuclear, químico y biológico, fletados de coronavirus y bacterias con fines militares y económicos. A raíz de la guerra fría librada por Estados Unidos y la Unión de República Soviéticas Socialistas, cobra actualidad la sabia sentencia del filósofo inglés Bertrand Russell, quien dijo que ambos contrincantes se «parecían a dos escorpiones encerrados en un mismo frasco; cada cual deseoso de enterrar su ponzoña al enemigo, pero a costa de recibir el mismo castigo y, por ende, la muerte». Ahora con China son tres alacranes encerrados en el globo terráqueo lleno de fuego, aniquilándose cada uno, porque estos animales al sentirse en medio de la conflagración se autodestruyen.

China, manipulador maravilloso, con capacidad de alterar metodologías, para lograr calificaciones más altas, maniobras corruptas, que incorpora para mejorar clasificaciones a Taiwán y Hong Kong, como si fueran de su exclusiva propiedad, puso en tela de juicio al Banco Mundial en el 2017-2018 al aplicar «derechos legales» que en la evaluación inicial de una ley sobre transacciones garantizadas no dio el puntaje máximo posible, con el fin de maquillar sus finanzas. Ahora, para ejercer una supervisión en los mares, Pekín, aplica una novedosa ley, que obliga a toda embarcación foránea a entregar minuciosos detalles antes de ingresar en sus aguas territoriales, engendrando un conflicto con su entorno cercano, los miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, Brunei, Filipinas, Indonesia, Malasia y Vietnam y por sana lógica llegará la reacción armada de Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Corea del Sur y Taiwán.

Lo anterior no es un cuento chino, interpretado por un colombiano frente a los intereses de Nicaragua a partir de 1969 de invalidar el Tratado Esguerra-Bárcenas de 1928, y confirmado por el secretario general del Tribunal de La Haya, el abogado caleño, Eduardo Valencia Ospina, egresado de la Universidad Javeriana, quien en su calidad de secretario general del Tribunal de Justicia de La Haya, notificó en 1994 al embajador Carlos Gustavo Arrieta, que Nicaragua había contratado juristas especializados en asuntos internacionales para demandar a Colombia, que reaccionó tardíamente, con espoleta de retardo.

Colombia y Nicaragua en La Haya