Mientras se jugaba partidos en el estadio de Barranquilla afuera cruzaban balas del Esmad contra quienes protestaban.
Esteban Jaramillo Osorio
Que las balas tronaban en las calles y, al tiempo, rodaba la pelota en los estadios, dicen los periodistas argentinos, con gestos adustos y discursos melindrosos, teñidos de falsa solidaridad.
Muchos de ellos transmitiendo desde el solaz del hogar y no en el campo de batalla como describen con sentimiento. Para hacerlo se necesita valor.
«Lloraban los futbolistas, mientras jugaban».
Aluden a los partidos de Copa Libertadores, desafío provocador a la pandemia y al pueblo en estado de indignación, con la indiferencia oficial, que ve normal la simultaneidad del juego y la barbarie.
Cómo entender la obstinación de la autoridad gubernamental y bajo qué intereses ocultos se mueven sus voceros, dándole vía libre al viaje de la pelota por el césped, con su entorno enrarecido.
Entre tanto los dirigentes, con sermones mordaces, amenazan con serias consecuencias si Colombia rechaza la realización de la Copa América.«Se hace… o se hace». Aseguran, dictatoriales y no persuasivos. Eluden la imperiosa necesidad de reactivar primero la liga local.
Los insolidarios le dan la espalda a la realidad nacional, al drama sanitario, laboral, económico y político, que tiene como consecuencia el descrédito, la desconfianza y el rechazo general.
Miopía interesada en maquillar una crisis.
Cuando Colombia renunció al mundial del 86, no hubo escuelas, hospitales, ni vías para impulsar el motor económico del país, como lo prometieron los políticos para justificar la decisión. En contraste, cuatro años después, Nacional fue campeón de la Copa Libertadores y, tras 28 años, Colombia regresó al mundial.
Pero el negocio redondo de la redonda, no tiene pie atrás, ni vergüenza, ni escrúpulos, ni solidaridad.
No se trata de atacar el fútbol, o menospreciarlo. Es entender de prioridades, de sacrificios y riesgos. Ya habrá oportunidad de repetir un torneo de lujo, como aquel que coronó a Colombia en 2001, pese a la desconfianza que llegaba del exterior.
Es ver con claridad, los peligros que acechan. Es pensar en la salud del pueblo, en valorar su espontaneidad al protestar. Es evitar las cortinas de humo, es clamar por soluciones, para obviar el aumento del fuego indiscriminado como en una guerra civil.
¿En qué estamos, pues?
El técnico y los jugadores de River Plate y del Junior de Barranquilla lloraban durante el encuentro por cuanto los gases llegaban al interior del estadio.