Gerney Ríos González
No conocemos que Colombia en cualquier época se preocupara por la conservación y vigilancia de los dos millones de hectáreas de su propiedad en el Escudo Guayanés, una gigantesca biomasa, reguladora del clima del planeta tierra, habitada por varias etnias indígenas, otro pulmón de iguales características a la Amazonia, sobre el cual se centró en el pasado la atención de países colonizadores, principalmente Reino Unido, Francia, Países Bajos, Portugal y España, integrantes de la Unión Europea.
Esta macro selva pertenece a Colombia, Venezuela, Brasil, República Cooperativa de Guyana, Surinam y Guayana Francesa, con una interconexión de caudalosos ríos, cuyas aguas surten al gran Orinoco que mueve el 15% del líquido de las aguas dulces del mundo. El Escudo Guayanés tiene el 25% de los bosques tropicales de la tierra y los científicos que se ocupan de su biodiversidad, lo comparan con la Amazonia en su riqueza natural, ahora amenazada, flora y fauna, por la minería ilegal, la tala inmisericorde del bosque y la explotación clandestina de coltán, tungsteno, oro e hidrocarburos. Son 270 millones de hectáreas y se calcula que es diez veces los territorios de parques naturales que tiene la geografía colombiana.
La tala de sus bosques, según el ambientalista Gerardo Viña Vizcaíno, libera a la atmósfera entre 20 y 25 por ciento de las emisiones de gas dióxido de carbono por la quema de los árboles. Es la mayor y más grave contaminación del aire que sustenta la vida de los seres habitantes de los continentes.
En la parte de selva tropical colombiana habitan indígenas de las etnias piaroa, curripacos, puinave, sikuani o guahibos y cubeos, unos 12 mil sobrevivientes del gran exterminio de la raza, 40 millones de raizales, sacrificados por la ambición europea en tiempos del Descubrimiento y la Conquista de América. Esos grupos humanos viven de la selva. Sobre las cenizas de la deforestación y grandes incendios siembran frutales, yuca y piña, productos de su dieta alimenticia y pescado del cual se han contabilizado en los ríos 191 especies, por lo menos 8 de ellas endémicas y ornamentales que sacan furtivamente los invasores a los mercados de Estados Unidos, Birmania, República Checa y Japón. La extensa zona es rica en aves, unas 450 especies; alberga mamíferos de los llanos orientales y anfibios.
Tal riqueza descrita en mi libro «Ambiente, Decisión para Salvar la Tierra», editorial Macondo 1994. En el capítulo 8, crecimiento del Grupo Andino en su entorno, afirmó que a través de Colombia y Venezuela se destacan la Amazonia, Orinoquia y el Escudo Guayanés, integrados por un canal natural situado en el país hermano, unido a su vez con el río Casiquiare, zona limítrofe con Colombia.
Además, el brazo del Casiquiare en Venezuela une al Orinoco con el río Negro en un punto limítrofe. Según cronistas de la Colonia, este conector natural fue utilizado por autoridades españolas y viajeros de la época en su tránsito por la Orinoquia y áreas occidentales de la actual Amazonia. En los últimos años, una expedición utilizó el río Casiquiare para demostrar la existencia y viabilidad de la interconexión Amazonia-Orinoquia- Escudo Guayanés.
Los servicios que producen estos ecosistemas no tienen incentivos oficiales ni compensaciones de los países dueños. Existe una iniciativa sobre el Escudo Guayanés en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, apoyado por el Instituto Alejandro Von Humboldt, que avanza en la manigua de Matavén, Vichada y Guainía en la frontera sur con Venezuela, donde habitan los indígenas descritos en la comunidad Sarrapia. De Puerto Inírida a ese lugar se gastan dos horas en lanchas rápidas.
Los indígenas vigilan la selva, pero la irrupción de la minería ilegal constituye una amenaza. Existe la declaratoria de la Estrella Fluvial del Inírida cuyas tierras son parte del Escudo Guayanés, Humedal Ramsar y coloca esta zona como ecosistema mundial. Todo el proceso es motivo de estudio por el Ministerio de Ambiente, aun cuando se opone el Ministerio de Minas por cuanto perjudica proyectos de extracción de minerales, ya concertados. Las tierras son arenosas y poco fértiles, pero se estudian planes de productividad que favorecen a las comunidades indígenas. Los ríos ofrecen paisajes de grandes rocas y sus playas son de arena blanca. Tepuyes o montañas ofrecen cumbres planas y árboles de poca altura, con inundaciones anuales.