El partido era una prueba de fuego,  les quemaba a todas, a las colombianas y a las ecuatorianas. Una pelota revoltosa, sin control. En un partido de regalos permanentes.

Colombia ejerció autoridad, la que le correspondía por estar en casa, tuvo dominio, pero careció casi todo el partido de precisión. Su ímpetu se confundió con el vértigo. Su técnica se refundió en un frenético ataque. Mucho correr, mucho meter, pero poco llegar realmente a posición de gol.

En uno de esos obsequios mutuos Colombia al fin tuvo una gran oportunidad, fue la portera ecuatoriana la que se desprendió de la pelota, asfixiada por la presión, la entregó, pero Mayra Ramírez que venía en carrera para meter un misil, no supo qué hacer con ella.

Leicy Santos la que se iluminó, metió un pase de esos que son medio gol. Un pase al vacío de los que les hacen la vida más fácil a las otras goleadoras.

Colombia se nubló en su festejo, le quedó el balón a Charcopa, que pateó sin mucha convicción y sin embargo la pelota fue adentro, para el 1-1 Iban 33 minutos y el partido otra vez empatado.

Linda Caicedo, con su clase, con su técnica, tenía el arco en su mirada de goleadora, acomodó la pelota con frialdad a un palo, para el 2-1.

Colombia ya dueña de la pelota, gobernando en la cancha, empujando a las rivales hacia su arco,
Colombia mereció más goles, una victoria más cómoda, más tranquila. Quizá guardó festejos para el duelo contra Chile, el que definirá el paso a la semifinal.