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Transmilenio, Metroplús, Transmetro, Mío y Metrolínea : DECADENTE REFLEJO DE UNA SOCIEDAD

Transmilenio en Bogotá es la violación de los derechos humanos.  

 

Claudio Ochoa

Transmilenio de Bogotá, Metroplús de Medellín, Transmetro de Barranquilla, Mío de Cali y Metrolínea de Bucaramanga son buen termómetro de la situación social y de inseguridad en estas capitales, tal vez las más afectadas por actos de vandalismo, corrupción, e indiferencia ante la pobreza. Gente que ha encontrado a bordo de los articulados apenas un recinto para subsistir, unos para calmar el hambre física, otros para satisfacer su sed de violencia, algunos para robar.

El derecho a la protesta sirve como camuflaje a los bandidos (los que actúan en bandas, esos son, envalentonados en bandas) para destruir sus buses y estaciones, sin misericordia. Los más pobres y muchos inmigrantes se rebuscan allí durante buena parte del día. Los carteristas y ladrones varios, también. Me llama la atención que en los últimos días buena parte de cantantes y vendedores de cachivaches, los más jóvenes, poco se ven. Como que hoy priman aquellos padres de familia y personas mayores, acaso sobre los 45 o 50 años, que siguen en busca de monedas.

Hacia el año 2000 el Transmilenio era modelo, en donde sus transportados se comportaban respetuosamente entre sí y con su infraestructura, que era orgullo de la ciudad. Transmilenio llegó a ser símbolo de Bogotá, imagen ante el mundo y atractivo para el turista. Encontramos que podíamos viajar cómodamente, sin los racimos humanos colgando en las puertas delantera y trasera. Atrás quedaba buena parte de la guerra del centavo, en donde los choferes se peleaban los pasajeros, dadas las monedas que recibían como “comisión” por volúmenes de transportados. Fue un avance social que nos dio el alcalde Enrique Peñalosa, tanto así que sus pasos fueron seguidos en las principales ciudades del país.

Avenida como la Caracas, alcanzó a ver a lado y lado renovación urbana, al paso del Transmilenio. La calle 80, que más parecía una vía de herradura, permitió el paso cómodo de toda clase de vehículos, con el Transmilenio que marchó abriendo paso a una ciudad menos fea. Sectores considerados de extramuros, como Tunal y Usme se beneficiaron con su impecable presencia, quedando conectados fácil y rápidamente con el resto de la ciudad. Desestimuló el uso del vehículo particular.

Llegada la Alcaldía de Lucho Garzón, en breve tiempo comenzó a notarse la tolerancia con los colados al sistema, que poco a poco comenzaron a violentar sus puertas, en su oficio de no pagar por el servicio. Algunos de ellos recibieron pequeñas sanciones y comparendos, de los cuales se reían… pues quién los obligaba a pagar las multas… nada de eso. Qué mala cosa, que terminó cundiendo. Quienes le siguieron en el Palacio Liévano se han desentendido del problema, no hay nada qué hacer. Tocaría colocar a un vigilante en cada puerta y con el riesgo de que sea agredido por los intrusos.

A continuación, fue el objetivo, el paganini de las causas caóticas. Manifestación a la vista, protesta por cualquier cosa, bloqueo al paso del Transmilenio y ruptura de sus vidrios y latas.

Algunos inmigrantes, desplazados, vagos, conchudos, muchos desposeídos y la nueva subversión urbana, llamada camufladamente «primera línea», están entre los culpables de la decadencia de este servicio que tuvo su momento dorado. Por supuesto que a ello han aportado también las autoridades, que impávidas veían su hundimiento, sin hacer nada. Hoy ya es imposible su renovación, tanto que desde la más reciente oleada de quema y destrucción de sus estaciones y articulados, buena parte del sistema permanece sin puertas, para felicidad de los colados.

Transmilenio, y seguramente sus mellizos de Cali, Medellín, Barranquilla y Bucaramanga son el reflejo de lo que ocurre en sus ciudades, en el país, en sentido más amplio.  A nuestro «Transmi» le hemos perdido el respeto, de la misma manera como ya no hay acatamiento por la autoridad.

Recordemos: al tranvía le dieron cuchillada los exaltados del 9 de abril de 1948. El trolebús, que vino luego, fue un medio amable desaparecido en 1991, gracias a la mala administración en la empresa que lo gerenciaba, la EDTU, y algo de corrupción. Con el «Transmi» el asunto es más grave. Aquí encontramos ejemplares evidencias del hambre, la pobreza, la inseguridad, el odio, la violencia, la corrupción, sin doliente conocido, ni en su interior, ni fuera de él.

Ojalá la autoridad, que parece reaccionar en defensa de lo público, no permita nuevas heridas sobre el ya golpeado sistema. Ahora que vagos e incitadores disfrazados de sindicalistas alistan nuevas andanadas por el costo de vida, el mismo que han ayudado a disparar con sus bloqueos de vías, parálisis y destrucción, en ciudades y pueblos.

Que estas desafortunadas experiencias nos sirvan de alerta, tanto a gobernantes como a gobernados, para tratar de cuidar el cercano (por fin) sistema Metro. Sería muy alentador no convertirlo en reflejo de la sociedad vigente en esta dolorosa década.

El Mío en Cali no pudo con el servicio público de transporte.

Transmetro de Bucaramanga un martirio para el usuario.