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Alfredo Gutiérrez: GENIO LEGENDARIO Y FELIZ

Alfredo Gutiérrez

 

 

Uriel Ariza-Urbina 

Alfredo estaba sentado en el patio viendo a Calixto limpiar el polvo de los pitos de su acordeón, cuando llegó un señor con un recado: Calixto, tiene un aviso de Medellín, que atienda la llamada en una hora. Calixto caminó las veinte cuadras hasta el teléfono de la plaza Majagual de Sincelejo. Llegó dos horas después emocionado y con la lengua afuera. «Mira ñato, llamó Toño Fuentes, el de la disquera; quiere que grabemos un disco, pero que tú toques el acordeón, y César (Castro) y yo cantamos». Alfredo quedó frío y no quería aceptar, porque Calixto era el grande y él un principiante.

Dos años antes Alfredo había salido abatido de su tierra natal, Sabanas de Beltrán, Sucre, a rebuscarse la vida con el acordeón a sus 15 años. Había muerto su padre, Alfredo Enrique, un andariego acordeonero de La Paz, Cesar, quien le despertó el apego por la música al lado de su madre Dioselina, una campesina de ancestro indígena y bailadora de cumbias. En su correría buscando qué hacer, Alfredo conoció a Calixto en Cereté. «Me dijo que quería hablar conmigo. A los cuatro días se apareció en mi casa en Sincelejo; enseguida vi su talento y lo acogí», recuerda Calixto.

En 1960 Alfredo y Calixto arribaron a Medellín con un puñado de músicos de alpargatas y un catálogo inédito de cantos rurales del Caribe colombiano. Toño Fuentes los escuchó y supo lo que se vendría. Se convertirían en la agrupación musical más auténtica y bailada del Caribe, y sacaría del anonimato al más talentoso acordeonero de todos los tiempos. «Calixto tú eres muy bueno, pero solo Alfredo es capaz de darle pelea a Aníbal Velásquez con ese endemoniado instrumento», dijo Fuentes.

Cuando entraron a la grabación, Alfredo ya era el líder. Abre con el porro «Majagual», de su autoría, y estampa el sello innovador de su acordeón que haría historia en la música. Toño Fuentes está maravillado con la velocidad de digitación y la facilidad con la que el muchacho se pasea en cualquier ritmo, porro, cumbia, puya, fandango… Y parece que toda la música ya la tiene en su cabeza. 

«Nunca ensayé, la melodía llegaba y así grababa. Yo veía a Calixto tocar y le aprendí mucho, luego lo decanté en mi propio estilo; le debo mi aprendizaje a Calixto, para mí el más grande compositor de nuestra región»A los seis años su padre lo llevaba por las calles de Sincelejo y Magangué para darlo a conocer. «Yo salía a veces y le tocaba a los borrachitos por monedas». 

Viajó con su tutor a Bucaramanga, y el músico José Rodríguez conforma una agrupación con otros niños, entre ellos Arnulfo Briceño, «Los pequeños vallenatos», y se van de gira a Venezuela y Ecuador. Su padre enfermó, y le tocó ir por las calles y buses de Barranquilla cantando «La múcura» y «La Piragua» para ayudar a la familia. Después hizo lo mismo en los ‘trolleys’ y los alrededores de la Universidad Nacional, en Bogotá, donde lo conocían como «el niño prodigio del acordeón».

Alfredo es la batuta y voz de los Corraleros de Majagual por cinco años. Toca el acordeón, compone y hace arreglos, con temas pegajosos como Paloma guarumera, Ana Felicia, El burro muerto, Palito de Malambo, Tres puntá, Festival en Guararé, entre otros. Graba «La banda está borracha», un paseo vallenato que transformó en un ‘paseaíto’ que todo el mundo cantaba y bailaba, y su fama creció. Vino su primer álbum en solitario, «La cuñada», y se consolida como la nueva estrella del vallenato, aunque su estilo no se ciñe a los rígidos parámetros melódicos de entonces.  

En 1969 se presenta al Festival Vallenato y cautiva al público por el peculiar sonido de su acordeón, excepto a Consuelo Araújo, una joven celosa de las raíces y originalidad del vallenato. «No van a reconocer nada de lo que este señor está tocando», le dijo Consuelo al jurado. Alfredo bajó enojado de la tarima y se rebeló ante lo que consideró una injusticia, y desde entonces el periodista barranquillero, Pedro Juan Meléndez, lo llamó «El rebelde del acordeón». Regresó al Festival en 1974, un año después de que su maestro Luis Enrique Martínez triunfara con una novedosa nota que Alfredo ya había asimilado en su estilo, un compás que cambiaría para siempre la música vallenata.

Alfredo se convirtió en el personaje de la música vallenata y del Caribe, ante la polémica de los defensores del vallenato clásico. Y aunque tenía fama de tener un carácter explosivo, no era arrogante y seguía siendo el mismo músico alegre que tocaba el acordeón con los pies, en la nuca y bailaba cumbia y ‘twist’ en sus presentaciones. «Yo solo disfrutaba lo que hacía, era mi manera de expresarme en la tarima, pero siempre tuve a mis referentes musicales, Abel Antonio, Calixto, Luis Enrique y Alejo».

La Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, SAYCO, de la que Alfredo Gutiérrez es socio desde hace más de 40 años, se une a su prodigiosa y honrosa carrera artística y a su invaluable aporte por más de 60 años al folclor y la cultura del Caribe y del país, haciéndole entrega de la más alta distinción «Lira de Oro», por parte del presidente de esta entidad, Rafael Manjarrez. 

La premonición del prodigio de Alfredo apareció quizás una tarde cuando su padre llegó a Sabanas de Beltrán a tocar un velorio cantado con sus nueve noches como una promesa a un santo. «A los nueve meses nací yo».