Esteban Jaramillo Osorio
No dominó el fútbol en Inglaterra el City, ni es campeón de la «Champions» por uno o dos goles. Tampoco por noventa minutos, o por una brillante campaña.
Es el resultado de un trabajo metódico durante años, con cimientos inconfundibles, respeto al buen juego, idea definida e intérpretes de lujo.
Campeón por Guardiola, con resiliencia en sus caídas, maestro en el arte de la estrategia, la táctica, la motivación y el liderazgo. Con jugadores hábiles con la pelota, que establecieron conexiones desde pases imprevistos y demoledores, en tejidos hechos con interminables secuencias.
No tuvo el City en el último partido, el final, la exaltación de virtudes y la exuberancia de su juego con figuras predominantes. Las pausó y las desactivó el Inter. No impuso condiciones desde la destreza con el balón porque jugó con miedo al error, atenazado, reprimido. Pero en el fútbol, como en las conquistas del amor, el éxito se celebra en proporción al sufrimiento.
Un City calculador. Un inter peleonero, con opciones de revertir la pizarra, hábil en la espera de la equivocación del rival, con defensa férrea, que cerró espacios con presión constante. Fue la típica fiesta del orgullo italiano que vende caras sus derrotas.
En Estambul la final clásica de correr, empujar, pelear, sin jugar. Sin protagonismo del VAR o del árbitro, quien dirigió desde la mente, controlando emociones sin estridencias en su comunicación física.
No hay equipos invencibles y parece imposible el fútbol perfecto. Por eso, aunque los pronósticos y la lógica dominaron el escenario, el apretado resultado, incierto hasta el pitazo final, puso a los favoritos con los pelos de punta.
Fútbol, dinámica de lo imprevisto.
El City es una máquina de fútbol. Se vio en su esplendor cuando eliminó goleándolos, al Leipzig, al Bayer de Alemania y al poderoso Real Madrid, al que le hizo cinco goles.
Máquina aceitada en la que todos saben ser héroes y gregarios en un mismo partido, con respeto al espectáculo.
Guardiola sacó el máximo rendimiento de sus figuras. Lo de Haaland es un ejemplo, porque fue artillero incontenible y con sus movimientos impulsó el crecimiento en el juego y en los goles, de los «media punta» con llegada, que se hicieron visibles en el ordenamiento táctico, posicional y funcional del técnico. Brillaron en ese apartado Gundogan, Rodri, De Bruyne, Silva, Grealish, Foden, Marhez y Stones, todos con goles.
Manos firmes las de Ederson con torres defensivas, como respaldo, llenas de recursos para sofocar incendios.
Guardiola recibió su premio mayor. Él, como innovador estudioso, detallista obsesivo, respetuoso de las formas y el estilo, perseguido por una jauría de cizañeros con micrófono. Típico en los vencedores… y los vencidos. Tras un campeón siempre marcha la voracidad crítica, sin respeto, de los envidiosos.
Josep Guardiola, director técnico del Manchester City, ha sido calificado como el mejor del mundo como entrenador.