Jorge 40 en el momento de ser extraditado a Estados Unidos
David Turbay Turbay
Ayer, unos amigos se trasladaron al centro de la capital.
Necesitaban adelantar gestiones que les imponían concurrir a despachos públicos.
Hicieron todas las vueltas. Y retornaron hacia el norte.
Tomaron un taxi.
El taxista, narraron los protagonistas, no dejó de hablar.
Resultó un Petrista consumado y bravucón.
Habló de Gustavo Bolívar, de quien dijo ser coterráneo. Aseguró que sería el próximo Alcalde Distrital de Bogotá.
Dijo que Petro era el mejor gobernante del mundo.
Y arremetió contra los Uribistas.
No los bajó de ladrones y asesinos, por decir lo menos grave.
Uno de los pasajeros, Indignado, le dijo que había votado por Petro, pero que no lo volvería a hacer.
Y el taxista arremetió en su perorata agresiva contra todos.
Me cuenta Pedro, el otro pasajero. Que el lenguaje crecía en los insultos.
Y que nada apaciguaba la agresividad del conductor.
Moisés empezó a levantar la voz, como el conductor. Y sus respuestas se tornaron también agresivas.
Y Pedro pensó que ya se avecinaba una confrontación a los puños, ante la magnitud de las ofensas repetitivas del chofer.
Y les dijo:
«Tienen que respetarse. Hay que tener respeto por el contradictor. No todos pensamos igual. No todos vemos al país con los mismos ojos». Y agregó, dirigiéndose al conductor del taxi:
«Usted amigo Petrista se ha dejado mamar gallo de mi compañero.
El es hermano de Jorge 40, ex jefe paramilitar».
Y no volvió a hablar el taxista.
Silencio sepulcral hasta que a las dos cuadra se bajaron del taxi, mis amigos mentirosos.
Y el taxista casi no les cobra la carrera.
El nombre de Jorge 40, anuló sus cuerdas vocales ofensoras.
Y partió hacia el sur. Muy seguramente meditando sobre la necesidad de la prudencia. Principal virtud de los humanos que perduran. Y pensando que no es bueno ser bocón.
Pero el que casi no sigue hablando fue Moisés. Me dijo:
En el mundo de los intolerantes, en el que la vida poco vale, la beligerancia es perversa. Uno no puede andar discutiendo con todo el mundo.
Y mucho de razón le asistía ambos.