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EL FANTASMA

Michelle Keegan 

 

 

El país necesita desarmar los corazones. Las imágenes sobre lo sucedido en Medellín, minutos antes de un encuentro entre Nacional y el América, son impactantes, la verdad.

Muchachos con palos, llevados tal vez por los efectos de la marihuana u otras drogas la emprendieron contra todo lo que veían a su alrededor. Parecían enajenados. Destrozaron lo que encontraron a su alrededor. Hasta las vallas fueron lanzadas a la cancha.

El alcalde se lavó las manos como Pilatos. Los equipos no sabían qué decir y optaron por aplazar el partido.

Win Sports que debía transmitir el encuentro no supo dar explicaciones.

No es la primera vez que sucede este tipo de incidentes. En Santa Marta ocurrieron hechos lamentables. En Ibagué, un enardecido hincha la emprendió contra un jugador de Millonarios.

Las barras se encienden cada vez más. Se perdió la cuenta del número de hinchas muertos por el fútbol. Causan dolor, llanto y desesperación estos hechos entre los familiares que no comprenden que por un color de un equipo se llegue a tantos extremos.

El país debe ingresar a una clínica de salud mental. Es urgente.

Las broncas van más allá. Es algo que deben analizar sicólogos, antropólogos, médicos especializados en Salud Mental. Debe ser pronta la solución porque los ánimos se están calentando y esto puede ocasionar un problema mayor.

Ojalá MinTic, RTVC, las cadenas de televisión, las de radio y los demás medios de comunicación realicen unos comerciales que hagan tomar conciencia del mal que se está ocasionando por la obsesión por un equipo de fútbol.

Los deportistas son muchachos que salen a entregar lo mejor en la cancha. Los técnicos también se la juegan con sus ideas y los empresarios buscan rutas para salir adelante.

El fútbol mueve toda una industria que va desde la misma venta de los jugadores, hasta todo lo que representa el comercio de souvenirs como camisetas, bolígrafos, afiches, etc. Las transmisiones por radio y televisión también movilizan una economía.

Si bien es cierto, existen canchas como las del Deportivo Cali que más bien parece un potrero, no significa que no se haga lo mejor por el deporte.

La Dimayor, las federaciones de fútbol, los equipos, los jugadores, los medios de comunicación deben hacer un «stop» y analizar esta grave situación de anarquía y desolación que ocasiona el fervor futbolero. No es justo que madres lloren a sus hijos muertos o heridos, esposas o parejas que quedan viudas, hijos que pierden a sus padres por el lamentable hecho de ser fanático.

Es una petición nacional.

Cuando hay un partido, las residencias, locales, comercios, transporte que están cerca de los estadios imploran al cielo que haya paz. Las batallas campales cerca de los puntos de concentración resultan con daños a personas que nada tienen que ver con el fútbol.

Casas con los vidrios quebrados, puertas dañadas, asaltos, golpes a transeúntes o a vehículos que, por desgracia, pasaron en esos lamentables momentos de batalla.

Hay que desarmar los corazones si se quiere lograr una paz total.

Y el fútbol debe dar la primera mano a ese momento anhelado por los colombianos.