Islandia se ha decretado el país más seguro y amigable del mundo, manteniéndose en primera posición desde el año anterior.
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Islandia se consolida una vez más como el país más seguro del mundo, un título que ha mantenido ininterrumpidamente durante 16 años consecutivos, según el Índice de Paz Global (GPI). Este reconocimiento no solo subraya su bajísima tasa de criminalidad y la ausencia de conflictos internos, sino también una cohesión social ejemplar. La confianza mutua entre sus habitantes y la relación transparente con las autoridades son pilares fundamentales de esta seguridad, creando un entorno donde la violencia es prácticamente inexistente y la percepción de riesgo es mínima.
Este estatus de seguridad no es casual. Se cimienta en varios factores distintivos que van más allá de las cifras. Islandia no posee un ejército permanente y su policía no porta armas de fuego de forma rutinaria, lo que refleja una sociedad donde la disuasión se basa en el orden cívico y la confianza, más que en la fuerza. Además, su robusto sistema de bienestar social, con alta calidad de vida, igualdad de oportunidades y un fuerte sentido de comunidad, contribuye a prevenir las causas subyacentes de la delincuencia y el descontento social, garantizando que sus ciudadanos se sientan protegidos y apoyados.
La ubicación geográfica de Islandia también juega un papel crucial. Su aislamiento relativo en el Atlántico Norte la protege de muchas de las tensiones geopolíticas y flujos migratorios masivos que afectan a otras naciones. A esto se suma una población pequeña y homogénea, que facilita la implementación de políticas de seguridad efectivas y el mantenimiento de lazos comunitarios estrechos. Los visitantes y residentes a menudo reportan una sensación de libertad y tranquilidad inigualable, donde es común ver a niños jugando solos en las calles o a la gente dejando sus coches o casas sin cerrar con llave.
En un mundo cada vez más convulso, el modelo islandés de seguridad y paz ofrece lecciones valiosas. Más allá de sus paisajes de ensueño y su vibrante cultura, su verdadera joya es la atmósfera de confianza y tranquilidad que impregna cada rincón de la isla. Es un testimonio de cómo la inversión en bienestar social, la promoción de la confianza cívica y un enfoque desmilitarizado de la seguridad pueden construir una sociedad donde la paz no es una aspiración, sino una realidad cotidiana.
Panorama de Reikiavik visto desde Perlan al caer el sol en verano.