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Oppenheimer: LA BIOGRAFÍA DEL DESTRUCTOR DE MUNDOS

Oppenheimer

 

 

 

 Daniel Osorio Solarte

La humanidad a través de la historia ha demostrado su tendencia natural a la violencia, de hecho, los avances tecnológicos que hacen la rutina del ser humano más cómoda, paradójicamente, son también aplicados a desarrollos de armamentos que amenazan con destruir toda nuestra especie. De esa paradoja científica nace Oppenheimer, la más reciente película del director británico Christopher Nolan.

Oppenheimer es una bio pic, inspirada en el libro ganador del premio Pulitzer Prometeo Americano: El Triunfo y la Tragedia de Robert Oppenheimer de Kai Bird y Martin J. Sherwin. En sus tres horas, intenta contar casi toda la vida académica y profesional del científico americano, conocido como el padre de la bomba atómica.

La película es brillante, no perfecta, pero varios de los elementos que la componen son sobresalientes. El primero, el trabajo actoral: Cillian Murphy como Robert Oppenheimer es magistral, logra transmitir con su expresión apesadumbrada un mundo interno lleno de culpas, miedos y dudas. Florence Pugh hace un trabajo maravilloso; Robert Downey Jr expone una madurez actoral que reivindica su carrera; Matt Damon desaparece como estrella en ese uniforme militar; Benny Safdie brilla como Edward Teller.

La fotografía de Hoyte Van Hoytema es sublime, especialmente en las imágenes microscópicas que representan las dinámicas de los átomos y las explosiones. La mezcla de sonido es impactante, contribuye a la puesta en escena con una fuerza salvaje, fundamentalmente en la secuencia en que estalla la bomba atómica en el campo de pruebas; además, tejida magistralmente con la banda sonora de Ludwing Goransson.

Nolan presenta una de sus puestas en escena más ambiciosas. El director, amante de las cámaras Imax, esta vez no usa sus inmensas posibilidades visuales para filmar escenas de acción, sino para rodar primeros planos, principalmente de Oppenheimer; una decisión arriesgada pero conveniente, pues expresan visualmente la complejidad del mundo interno del protagonista. Sin embargo, tengo dos reparos a la película: el primero, la tercera línea narrativa sobra, si bien funciona Lewis Strauss como antagonista, baja el nivel emocional de la trama al suelo, y se queda ahí. El segundo, los diálogos se sienten poco naturales, como si cada vez que los personajes hablaran estuvieran haciendo declaraciones, manifiestos, y no conversando.

Alexander Von Humboldt afirmaba que había una relación directa entre la poesía y las ciencias naturales, pues la curiosidad intelectual que empujaba a los científicos y naturalistas a estudiar las plantas, los árboles y los ecosistemas, nacía de profundos cuestionamientos poéticos. Hay una relación directa con el estudio de la física que se percibe en Oppenheimer, pues las preguntas que inspiran al científico a empezar a estudiar los universos atómicos son hondamente poéticas: ¿mueren las estrellas?, ¿Qué pasa cuando mueren las estrellas? La distancia de la física con la poesía es estrecha en la medida en que buscan las dos explorar, cada una desde su esquina y con su lenguaje propio, los intrincados laberintos compuestos de carbono, nitrógeno y oxigeno de este planeta que nos sirve de hogar, y de los seres que lo habitan.

Mas allá de los aciertos y desaciertos de la película, es reconfortante saber que aun este tipo de proyectos tienen lugar en Hollywood, una obra personal que le apuesta a la calidad cinematográfica indiscutible. Ahora, la paradoja que plantea deja una preocupación en el espectador: ¿los incontables avances tecnológicos terminarán destruyendo al mundo?, ¿hay una línea ética real en la ciencia? Elijo reposar mi esperanza en las palabras de Marie Curie: «Nada en la vida es para ser temido, es solo para ser comprendido. Ahora es el momento de entender más, de modo que podamos temer menos».