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Óscar Agudelo: EL EMPERADOR DEL DESPECHO

Óscar Agudelo (Q.E.P.D.) 

Ricardo Rondón Ch. La pluma y la herida.

Quizás la letra más lacerante, pero por cierto la más emblemática de la llamada música del recuerdo, es ‘La cama vacía’, en la voz inconfundible de Óscar Agudelo.

Es difícil oírla en las estaciones radiales de estos tiempos, cuando la programación se ha volcado a lo foráneo, al crosover, a la música de consolas y sintetizadores, y a esa nueva banda sonora de la esquizofrenia y la obscenidad colectivas: el reguetón.

¿Qué será de la vida de Óscar Agudelo?, le preguntó a Mario mientras este despacha una botella de vino espumoso ‘Gran Brindis’ a una esbelta mesera que ella cambia por fichas.

-Si no sabe usted mijito, que lo ha entrevistado varias veces-, replica Echeverri con su marcado acento paisa. Mario, fiel a la melodía de arrabal, es el notario puntual del cancionero del legendario intérprete de ‘La cama vacía’, y de todas sus páginas: ‘Hojas de calendario’, ‘El redentor’, ‘China hereje’, ‘Desde que te marchaste’, entre más de 300 canciones grabadas en cuarenta y tres producciones en acetato, casete y discompacto.

 El psicoanalista de copas, detrás del mostrador del ‘Mercantil’, se ha pasado los últimos cuarenta años de su vida nutriendo su disco duro del pentagrama del arrabal y el despecho, y no hay tarde ni noche que no se escuche en su recinto clásicos de su favoritismo como ‘La copa rota’, en la voz de Alci Acosta; ‘Viejo farol’, entonada por ‘El Caballero Gaucho’ (y del mismo, ‘Viejo juguete’), ‘Hola soledad’, en la versión de Rolando Laserie; ‘Nuestro juramento’, inmortalizada por Julio Jaramillo; ‘Yolandita’, trinos de guitarra puntera y voz de Lucho Bowen; ‘Vendaval’ y ‘Lamparilla’, de Tito Cortés; y ‘La cama vacía’, con el rezongo lastimero del gran Óscar Agudelo, parábola en tiempo de tango de la indiferencia y el olvido:

Cuando uno está en condición/ tiene amigos a granel/ pero si el destino cruel/ hacia un abismo nos tira/, vemos que todo es mentira/ y que no hay amigo fiel.

La premisa de Echeverri y la máxima demoledora de Espaventa me hicieron helar la sangre. Busco en la base de datos su contacto telefónico, con la esperanza de que Óscar no haya cambiado de celular o no haya partido para remotas tierras. Al cabo del cuarto timbrazo, contesta. ¡Eureka!, el mismo. Hacía años que no hablaba con él. El saludo, efusivo, como de costumbre. Concertamos la cita en su casa para el día siguiente. En punto de las 11 de la mañana. Allí estaré. Te debo una, Mario.

EN LA ESTANCIA DEL CANTOR

De entrada, en su cómodo apartamento de Áticos del Norte, Colina Campestre, en el norte de Bogotá, se observa en la pared de la sala una foto suya de época, como las de Estudios Zambrano, en la flor de su vida y con aires de dandy mexicano.

-Esa fue tomada en Medellín, en 1964-, señala el galán arrabalero.

–¿Cuántos años tenía usted, maestro?

–«No te lo voy a decir. Pero ahí tenía los ojos verdes, fíjate; y ahora los tengo pardos».

-Y un bigote de charro-, agrego.

«Sí, era la moda, primaba la elegancia. Los vestidos los mandábamos a hacer en sastrerías de renombre y con paños ingleses. Mi padre fue un cotizado sastre en Herveo (Tolima), donde nació este servidor. Yo también fui sastre, ponte cómodo, después te cuento».

–Se dice que tuvo mucha suerte con las mujeres…

–«¡Hombre!, la pinta no engaña. Me jacté de ser el mejor caballero con ellas. Nunca hablé mal de las damas, aunque me hayan pagado mal. A las mujeres no hay que comprenderlas sino quererlas. Para eso existen: para adornar el mundo y proporcionarnos ese amor grande que nos han dado, como madres, como esposas, como amantes».

La esposa del legendario intérprete de tangos, sale de la cocina para darnos una bienvenida cordial. Toma de la mano al cantante y la aprieta amorosa, y nos da tres opciones para degustar en esta espléndida y calurosa mañana de comienzos de agosto.

–¿Quieren tomarse un whisky, un cafecito, o un agua aromática?

–Coincidimos en el café, pero prima la petición para que nos ponga los discos de ‘Don Oscar’, el eterno mentor de cuitas y dramas de arrabal, algunos tan crudos y crueles como ‘La cama vacía’, que despechados de cuatro generaciones han pasado con lágrimas gruesas y copas pletóricas de anís y ajenjo.

Así la despacha el estereofónico de Agudelo, y dan ganas de cambiar café por whisky, cuando letra y notas retumban en las paredes de su apartamento.

Desde un tétrico hospital/ donde se hallaba internado/, casi agónico y rodeado/ de un silencio sepulcral/. Con su ternura habitual/, la que siempre demostró/, quizás con esfuerzo o no/, desde su lecho sombrío/, un enfermo amigo mío/, esta carta me escribió.

–¿Cuántos años puede tener ‘La Cama Vacía’?

–«Está cumpliendo 60 años, cuando me la dio ese querido y recordado amigo, el compositor argentino Carlos Espaventa, en Medellín, en 1959. Allí la grabé con el sello Codiscos. David Ocampo, el jefe de producción de la disquera, me la tenía preparada: ‘Óscar -me dijo-, tengo una cosita aquí para que usted escuche. Me la trajeron de la Argentina. Esto es de Carlos Espaventa y él mismo la cantó y no hay más copias. Esto es para usted, para su voz, cántela a su estilo’. Yo estaba grabando con Ibarra y Medina, nada menos. Ellos la oyeron, afinaron guitarras y la montamos. Desde que salió fue un tiro».

–¿Ese fue el estrene de su carrera musical?

–«No. Como profesional del disco yo estoy celebrando sesenta años ininterrumpidos de carrera. Pero ‘La cama vacía’ no fue la primera canción que yo grabé. Antes había grabado ‘China hereje’, que también tiene 55 años, con ‘Desde que te marchaste ‘. Las tres son hermanas del mismo año».

‘La Cama Vacía’, ‘China Hereje’, ‘Hojas de calendario’, ‘Farolito’, ‘Desde que te marchaste’, ‘El Redentor’, ‘Esos tus ojos negros’, ‘Me besó y se fue’, ‘Mujer ingrata’, ‘Que nadie sepa mi sufrir’, ‘Quisiera amarte menos’, ‘Por el alma de mi madre’, ‘No me digan cobarde’, y una versión en su estilo de ‘Niebla de riachuelo’, ese tango enorme de Enrique Cadícamo, de 1937, pasan como fotogramas en blanco y negro, en la memoria de un cantor que no cesa en su cometido de remar en la barca de la tanguedia por los ríos procelosos de la pasión, el coraje y la derrota.

–¿Más de radio que de televisión?

–«Claro que sí, me despierto y me acuesto escuchando Caracol, porque yo también hice radio, trabajé en radionovelas por iniciativa de Jaime Trespalacios y Efraín Arce Aragón, mi amigo del alma. Lo mismo que el recordado Gaspar Ospina».

–63 años de ‘La cama vacía’, 68 de carrera musical. ¿Y cuántos de Óscar Agudelo?

–«Ese es un secreto sumarial. Yo dejé de cumplir años cuando completé 79. Ese fue el último bizcocho que me partieron. Ahí paré. Pero si quieres saber mi signo, soy Virgo, a mucho honor».

–¿Está escribiendo sus memorias?

–«No, pero las quiere escribir el poeta William Ospina, mi amigo. Qué gran poeta».

–¿Y le va a contar todo?

–«Esta vida y la otra».

Finiquitada la entrevista, le pido a Óscar repasar las huellas de la nostalgia en el único café que pone su melodía, ‘sagradamente’, todos los días: ‘El Mercantil’. El cantor acepta la propuesta y dice que le cae bien, que hace rato no va por el centro, que está bien darse una vuelta.

Ya en el establecimiento, Mario Echeverri y su esposa, doña Chavelita, lo reciben con un tema de vieja guardia, grabado por Agudelo hace 45 años en formato 45 (RPM), con ‘Los Caballeros del tango’, los mismos que en su momento acompañaron al recordado Raúl Garcés.

Óscar Agudelo, el rapsoda de las almas turbulentas y desperdigadas, hizo gala de caballerosidad y sencillez. Tomó asiento, pidió tinto, y con Mario y otros parroquianos se dio a la labor de paladear cuitas, desempolvar reminiscencias y evocar anécdotas. Luego miró su reloj y reparó que eran pasadas las cinco de la tarde. Ordenó entonces a Guillermo Guerrero, su conductor de confianza, que lo devolviera a casa.

La cortina sonora de su despedida no pudo ser más certera: ‘Niebla del riachuelo’ en su voz, con los arpegios epistolares de Ibarra y Medina.