Opinión, TOP

EL VIERNES DE LA SONRISA

Un faro de alegrías.

 

David Turbay Turbay

En la madrugada, reemprendí mis lecturas de Churchill.  Mejorar es cambiar; ser perfecto es cambiar a menudo, le dijo al mundo.

El cambio continuo, es el cambio inevitable. Tenemos que ser, como lo proclamara Gandhi, el cambio que deseamos ver en el mundo.

El cambio es lo único inmutable.

Sábato nos recuerda que las cosas, los niños y los hombres, no son lo que fueron un día. Toda la vida es un cambio. Nada permanece, dirían Heráclito, y Abelito Mercado en Panamá.

Y reflexioné sobre ello tempranito, como lo hace Ramiro Ardila en la acogedora Riohacha.

 Me dije, tienes que ser la alegría. Irradiar tu mundo de sonrisas.

Y recordé a Oscar Wilde: Algunas personas llevan alegría a donde quiera que vayan, otros la generan cuando se marchan.

Tengo que ser de la primera categoría, un faro de alegrías.

Hoy, leí uno de los diarios, las llamadas columnas de opinión, no todas buenas. Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, y no estoy seguro de lo segundo. Einstein habría dicho lo mismo, sin dudas otra vez. Allí no hay alegrías, anoté estremecido. Nada de lo leído me hizo sonreír. Con Chaplin habría afirmado que un día sin una sonrisa, es un día perdido.

Mejor me pongo a trabajar, me ordené. Y ese verbo me llevó a las rutas del recuerdo, a Felix Turbay Turbay, mi poeta insuperable. Lo vi en mis sueños, con guayabera impecable de lino blanco recorriendo con Borges, las callejuelas de historia heroica de la Cartagena de Indias.

Un día me llamó a mi despacho, el del Gobernador de Bolívar, y me dijo qué haces?. Mi respuesta fue automática, estoy trabajando tío. Y la respuesta, fue inmediata. Me dijo, el trabajo es la forma más vulgar de perder el tiempo.

Cantiflas decía que algo malo debía tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado.

Y estas reflexiones me regresaron al ocio, al entusiasmo vital, a la lectura productiva, a las reflexiones caras, y también a las baratas. Sentí la hilaridad en acción, y no se trataba de ningún Gobierno.

Todos al nacer sabemos llorar. Necesitamos aprender a reír.

Y tomé una decisión. Es mi viernes de la sonrisa. Mis confusiones, clarísimas, me lo imponen como receta de supervivencia milagrosa.

Reiré con el mundo. Ya produje el Decreto convocando a extras la felicidad.

Recordaré a Sergio Bertel, diciéndome que un día se quiso suicidar, tomándose 100 aspirinas. Y de inmediato lo inquirí. Qué pasó? Y me alegró la tarde explicándome que cuando apenas iba por la segunda, se sintió mejor.

Otro día Osvaldo Vergara Gallo, me anotó que tenía que ir al oculista, pero nunca veía el momento de hacerlo.

Germán Ordosgoitia, me afirmó que a nuestros enemigos le habían hecho un test de inteligencia,  y  habían dado negativo.

Hay que esforzarse por alegrar el alma. Hay que crear espacios para lo simple, lo que tonifica, lo que borra las tristezas, lo que anula las malas energías, lo que sepulta llantos y dolores.

Ese debe ser el proceder. Vivimos en un mundo hostil, en el que no se te perdona, si dejas de ganar, y te odian si ganas siempre. Se lo oí a Valdano, entrenador del balompié gigante.

Una vez dialogué con Sor Teresa de Calcuta. Le decía a uno de nuestros contertulios: Encuentra el tiempo de pensar, encuentra el tiempo de rezar, encuentra el tiempo de reír.

Hay un sabio proverbio japonés, que pregona que el tiempo que pasa uno riendo, es tiempo que se pasa con los dioses.

La risa es la sal de la vida. Tengo muchos años de no hacerlo. Reíd y el mundo reirá con quienes ríen. Llorad y lloraremos solos.

La receta es clara, diría un personaje. Ciertamente, sonríe a pesar de todo. La risa es un tranquilizante sin efectos secundarios.