Hace unos días, al hacer el balance de Cartagena dije que se hacía evidente un sentimiento antiturístico en la ciudad más turística de Colombia.
Resalté que con la plata que gastaron en tumbar el edificio Aquarela por motivos baladíes, habían podido intervenir basados en la ley de los bienes mostrencos ,al menos 50 de los balcones coloniales que amenazan ruina sobre los transeúntes de sus otrora bellísimas calles ,quienes en su gran mayoría son turistas.
Y recordé lo que significó para el turismo popular la prohibición de las chivas rumberas.
Deduje más con sentimiento que con cifras económicas, que se percibía un sentimiento antituristico porque la basura se amontona en los contenedores de las esquinas y solo la recogen cuando la abraza la fetidez.
Y enfaticé en que las playas, que casi todas las noches eran visitadas por las escobitas y recolectores para dejarlas limpias, ya no son tan atrayentes recorrerlas a primera hora de la mañana, como lo hacemos con gusto los viejitos.
No destaqué algo que varios oyentes y lectores me recordaron, que las playas de Bocagrande están cuasi suspendidas, y en obra de reacomodo desde hace tres años y espantan a los turistas.
Esta semana, para rubricar ese sentimiento contra los visitantes y espantarse más con el fenómeno invasor de los viajeros que antaño iban a San Andrés y ahora tratan de volcarse sobre Cartagena, se oficializó el cierre del tradicional Café del Mar, emplazado en uno de los baluartes de la muralla, donde acudían miles de turistas al terminar la tarde y rumbear la noche.
Pero donde además, se encontraban uno de los pocos baños públicos aseados y alcanzables para quien pagara el mísero extipendio sin necesidad de sentarse en una de las mesas del paradisiaco rincón.
Aunque hubo un fallo judicial para que la alcaldía lo cerrrara, el burgomaestre Dumek debe estar frotándose las manos pues parece odiar a los turistas tanto o más que los riquitos de Castillo Grande que lo aplauden.