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Crónica  de Gardeazábal: UN SER IRREPETIBLE

Carlos Alberto Caicedo 

Gustavo Alvarez Gardeazábal

El Porce

Éramos unos niñatos que teníamos tres madres muy distintas, pero todas tres muy católicas .

Lo mejor que se les pudo ocurrir fue vestirnos a los tres, Carlos, Gabriel y yo, como apóstoles para la ceremonia del lavatorio de los pies el jueves santo en San Bartolomé.

Nos tomaron una foto que la han publicado una y otra vez en las revistas del Cali viejo.

Yo la tengo perdida en mi desorden senil, pero la recuerdo muy bien y Carlos, el último miércoles de ceniza que vino a despedirse, la recordó con el mismo afecto y cariño que nos tuvimos en las buenas y en las malas durante más de 70 años, desde cuando él venía al Porce y yo iba a su finca de Bugalagrande.

Era el hijo del médico Julio Rómulo Caicedo, godo redomado, y de doña Cecilia Victoria Urdinola y vivían en todo el frente de la casa de Gertrúdiz Potes, en la calle 26.Estudiábamos donde los Salesianos y  los tulueños , tan dados a los remoquetes y sobrenombres, lo llamaron «Caquitas» y así se quedó hasta el sábado pasado, cuando por fin se cansó de batallar contra el cáncer de hígado que le hizo múltiple metástasis.

Ya lo sabía aquél miércoles de ceniza, cuando vino con la cruz en su frente ,a decirme que estaba desahuciado porque había aceptado que lo mutilaran y no que lo trasplantaran como nuestro médico común se lo había aconsejado.

Con la franqueza y frialdad que nos permitió ser amigos y aguantarnos uno al otro los temperamentos y creencias tan distintas, me dijo que todo lo dejaba arreglado, pero que era demasiado.

Y no mintió porque yo fui testigo, año tras año, de hasta cual nivel llegó a acumular en tierras y en sapiencias agrícolas.

Era un sabio en el cultivo de la caña. Un campeón en productividades azucareras y un sábalo en el mundo de las finanzas.

Hace un par de meses, cuando la agonía se prolongaba demasiado me pidió que no volviera a llamarlo y que cuando escribiera esta nota no fuera a olvidar decir que Carlos Alberto Caicedo  Victoria era el último conservador que todavía cantaba el himno del partido. Un ser irrepetible.