María Teresa Herrán
Para preguntarle al país: ¿para qué sirve un periodista? Y si ustedes me lo permiten, la respuesta bien puede comenzar por aquello para lo cual no sirve.
Un periodista no sirve para defender principios o ideas con el argumento de la fuerza. Sus únicas armas son su máquina de escribir, un micrófono, una cámara. Por eso se le puede asesinar con tanta facilidad y por eso siempre resulta derrotado por las balas.
Un periodista no sirve para reproducir sólo aquello que a cada cual lo favorezca, porque entonces no sería necesario que existiera. Bastaría con un buen robot, que transcribiera mecánicamente la suma de paraísos.
Un periodista no es un mensajero de los intereses políticos o económicos, no un portavoz de la revolución, no un cómplice de las arbitrariedades de los funcionarios, ni un acólito de la inmoralidad reinante en el país.
Un periodista que se respete no sirve para ser comprado, ni vendido, no se deja manosear, no tolera que se deje de mostrar aquello que deba ser visto. Un periodista no sirve para que se le hable en teoría de un derecho a la información que no se aplique en la práctica.
Un periodista, sin duda, tampoco puede ser alguien obligado a sustraer documentos porque no encuentra a alguien que se tome el trabajo de explicárselos o que deba guardar silencio porque no le dan declaraciones.
Un periodista no sirve cuando le cortan las alas de su imaginación, no cuando lo presionan para que disfrace la noticia, ni cuando su trabajo está supeditado al miedo de perder el puesto.
Y ciertamente, ustedes tienen toda la razón: un periodista no puede ser un profesional que se acoja a buenas sombras, que se apoltrona en la venalidad, que menosprecie la importancia de investigar antes de afirmar, o que crea que hay verdades que hacen daño.
Sólo les pido, en nombre de mis colegas, que piensen en lo siguiente: podemos, sin duda, ser muy útiles para el país si tanto ustedes como nosotros comprendemos, de una vez y ojalá para siempre, para qué no sirve un periodista.