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Recopilado y comentado: EDUARDO SANTOS

 

 

 

Maryluz Vallejo Mejía editado por Intermedio.

 

Gustavo Álvarez Gardeazábal

El mito del doctor Eduardo Santos se ha ido perdiendo con el paso de los años.

El que sus herederos hubiesen vendido El Tiempo, desde donde manejó 50 años a Colombia, puede haber ayudado a esa desmemoria.

El cambio de valores de apreciación y comportamiento en Colombia como consecuencia de la Revolución de los Traquetos, también. Pero sobre todo la desaparición de la historia como pensum obligatorio de todos los colegios y escuelas del país, hicieron el resto.

Para que no se olvide su nombre y su estela mitológica no se pierda en el chismerío bogotano que la alimentaba, Maryluz Vallejo ha hecho un impecable y muy aplaudible trabajo estudiando el archivo de la correspondencia que Eduardo Santos mantuvo desde cuando estudiaba en Europa hasta cuando se retiró a su casa de Chapinero a rumiar jubilado su poder y su gloria.

De la lectura que se hace  de las pocas piezas escogidas, pero fundamentalmente por los acertados comentarios que a las otras muchas cartas de Santos emitidas en momentos importantes de su vida y de la vida nacional hace  Maryluz , se consigue un esbozo biográfico y político del personaje que hemos olvidado.

En sus páginas ,entonces, se verifica o  nos  recuerda que quien mandaba a Colombia desde las páginas de El Tiempo era el esposo de Lorencita Villegas, demasiado elegante para la Colombia de 1930 y que fue con ella  que  se paseó por Nueva York y por las capitales europeas gastándose con lujo y con placer la mucha plata que el periódico le producía. Pero no para allí esta escanografía del expresidente.

El libro logra comunicar al lector la magia de los silencios de Eduardo Santos o explicarnos la simpleza de sus frases para resumir sapiencia y poder.

Es un gran logro de la doctora Vallejo Mejía podernos ayudar a repasar la historia que no se volvió a enseñar pero de la que aprendimos tanto y muchos seguimos aplicando para explicar  las vacaslocas de los políticos y gobernantes de hoy. Por supuesto no lo habría conseguido  si ese personajón que fue el doctor Santos, siempre a punto de la pausa, siempre lejos de la algarabía pueblerina, pero nunca meloso ni populista con sus electores, no hubiese dejado la huella escrita que este libro recorre.