Hernán Alejandro Olano García
Recientemente, el 12 de junio durante la Audiencia General, el Papa Francisco instó a los sacerdotes a limitar sus sermones a ocho minutos, destacando la importancia de captar y mantener la atención de los feligreses. En mi parroquia, el sacerdote, aunque es muy simpático y querido, suele extender sus sermones hasta 45 minutos. Esta práctica, aunque bien intencionada, a menudo resulta en que los asistentes pierdan la concentración, haciendo que el mensaje principal se diluya. La recomendación del Papa busca que la homilía sea un momento de inspiración y reflexión concisa, permitiendo que los fieles internalicen y apliquen la Palabra de Dios de manera más efectiva en su vida diaria.
En la catequesis de «acortamiento de sermones», el Papa Francisco abordó el papel esencial del Espíritu Santo en la revelación divina y en la interpretación de las Escrituras. Citó la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo, que declara que «toda la Escritura está inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). Esta afirmación subraya la doctrina de la inspiración divina, proclamada en el Credo, donde se reconoce que el Espíritu Santo habló a través de los profetas.
El Espíritu Santo no solo inspiró las Escrituras, sino que también las mantiene vivas y activas. Según el Concilio Vaticano II, las Escrituras, inspiradas y redactadas por Dios, comunican inmutablemente Su palabra y hacen resonar la voz del Espíritu Santo a través de los profetas y apóstoles. Jesús, tras su resurrección, abrió la mente de los discípulos para comprender las Escrituras, una tarea que el Espíritu Santo continúa en la Iglesia.
Así, la lectura espiritual de las Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo puede transformar pasajes leídos muchas veces sin emoción en momentos de iluminación y guía divina.
Una forma de lectura espiritual, recomendada por el Papa, es la lectio divina, un método que implica leer un pasaje de la Biblia de manera meditativa y reflexiva. El Papa recomienda llevar siempre un Evangelio de bolsillo para leerlo en cualquier momento del día, destacando la importancia de la lectura comunitaria en la liturgia y la misa. Reiteró el Pontífice que la homilía, en este contexto, debe ser breve, no más de ocho minutos, enfocándose en un pensamiento, un sentimiento y una acción, para conectar la Palabra de Dios con la vida cotidiana.
Francisco concluyó recordando que la Biblia es una carta de amor de Dios a su pueblo, una narración continua de Su amor por la humanidad. San Agustín y San Gregorio Magno enfatizan que la Escritura revela el corazón de Dios y su amor por nosotros.
Recordemos, el Papa alienta a todos a leer la Biblia diariamente, llevando un Evangelio de bolsillo, para acercarse al Espíritu Santo y experimentar el amor de Dios en la vida diaria, y para los sacerdotes, el mensaje es claro: ponerle cronómetro a la homilía.