Álvaro Turriago Hoyos
El cambio tecnológico se refiere a la evolución y adaptación de nuevas tecnologías que transforman la vida, el trabajo y las relaciones sociales de los seres humanos. Este proceso ha marcado el rumbo de la historia a través de sus innumerables avances.
Otros hitos incluyen la electrificación de la sociedad, la expansión del automóvil y el desarrollo de la industria petroquímica. En la actualidad, la digitalización, la inteligencia artificial (IA) y el Internet de las Cosas (IoT) representan los avances más recientes, con un impacto transformador en nuestras vidas. La velocidad del cambio tecnológico en el siglo XXI ha redefinido la forma en que trabajamos, nos comunicamos, aprendemos e incluso pensamos.
Sin embargo, este desarrollo plantea importantes desafíos éticos. La manipulación de datos, la IA sesgada y el uso de la biotecnología son solo algunas de las áreas que requieren un debate global sobre sus implicaciones. La regulación y la transparencia en el uso de estas tecnologías son esenciales para garantizar que su impacto sea positivo y no vulnere derechos fundamentales.
Hoy, con más de 5.300 millones de usuarios en línea , la conectividad es un pilar fundamental de la economía global. Las redes sociales, el comercio electrónico y el teletrabajo han florecido gracias a esta revolución. Sin embargo, la recopilación masiva y no transparente de datos personales por parte de empresas tecnológicas es un hecho que se constituye en una de las mayores faltas éticas. Prácticamente todos los sitios web comparten datos de sus usuarios con terceros sin consentimiento pleno, exponiendo información sensible como preferencias, ubicaciones y hábitos de consumo. Esto plantea inquietudes, ¿Cómo afecta esto nuestra privacidad? ¿Estamos mejor informados o, por el contrario, más manipulados?
Los algoritmos, modelos usados hoy para la toma de decisiones construidos con la información contenida en grandes bases de datos, también pueden perpetuar desigualdades sociales. Algunos sistemas de contratación automatizados han mostrado sesgos a favor de ciertos géneros o etnias. Un caso emblemático es el de los algoritmos de reconocimiento facial, que presentan tasas de error más altas en personas de piel oscura, lo que afecta su uso en aplicaciones policiales y financieras.
La IA ha dejado de ser ciencia ficción para convertirse en una realidad cotidiana. Desde asistentes virtuales como Chat GPT hasta sistemas de diagnóstico médico avanzado, sus aplicaciones son infinitas.
Por otro lado, la adicción a las redes sociales y los videojuegos afecta las formas de aprender, razonar y actuar. Algunos se atreven a decir que el tener fija la atención por mucho tiempo en una pantalla de un teléfono celular o de un computador, aleja al usuario de su realidad inmediata contribuyendo a disminuir su capacidad de pensamiento crítico y a generar dependencias poco sanas, que terminan convirtiéndose en adicciones.
El hecho que se premie la presentación de información que es viral, en muchos casos no verificada, hace que sea difícil distinguir entre hechos y opiniones, afectando el juicio crítico. La dinámica de conseguir “likes”, búsqueda constante de validación, termina disminuyendo la capacidad de cuestionar y evaluar información objetivamente. Finalmente, el consumo excesivo de contenido rápido reduce la paciencia y la disposición para leer o analizar información compleja.
El pensamiento crítico es una herramienta esencial en los tiempos actuales. Nos permite analizar información de manera objetiva, identificar sesgos y cuestionar fuentes antes de aceptar datos como verdaderos. En un entorno donde la desinformación y la manipulación digital son cada vez más comunes, desarrollar esta habilidad es clave para diferenciar hechos de opiniones, evitar caer en noticias falsas y comprender mejor las implicaciones de la tecnología en nuestra vida cotidiana. Fomentar el pensamiento crítico también ayuda a fortalecer la toma de decisiones informadas y a prevenir la influencia de algoritmos que refuerzan creencias sin fundamentos sólidos.
En un mundo en constante evolución, el cambio tecnológico es una fuerza innegable. Aprovechar sus beneficios mientras se mitigan sus riesgos es el gran reto que enfrenta la sociedad en el siglo XXI. La transformación está en marcha y, con ella, la oportunidad de construir un futuro más justo y equitativo para todos.
El cambio tecnológico es imparable y su impacto, irreversible.