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CÓNCLAVE

La capilla Sixtina vista desde la cúpula de la Basílica de San Pedro, es el lugar donde se celebra el cónclave.

Hernán Alejandro Olano García

En el siglo XI, con la Querella de las investiduras, pues los príncipes ponían en venta los obispados, que a su vez eran feudos, los curas cometían el pecado de simonía traficando con los sacramentos y las cosas santas, ante lo cual, el monje Hildebrando, oriundo de la Toscana, desde que obtuvo el capelo cardenalicio, insinuó al papa Nicolás II que la elección del Pontífice únicamente le correspondiera al Colegio Cardenalicio. Dos siglos después, en el 1271, se estableció el uso de encerrarse con llave para la elección, cum clavis, con lo cual surgieron los cónclaves. Hildebrando fue luego elegido papa con el nombre de Gregorio VII, procediendo a reformar la iglesia, declarando vacantes a los eclesiásticos que habían comprado sus títulos, excomulgó a los curas casados y les prohibió a los feligreses oír misa de esos clérigos.

Desde allí quedó la tradición del Cónclave, nombre de una reciente película dirigida por Edward Berger y escrita por Peter Straughan, basada en la novela homónima de Robert Harris, con ocho nominaciones a los Premios Óscar de la academia de Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

En la trama de la película, luego de la inesperada muerte del Sumo Pontífice, el cardenal Lawrence, decano del Colegio Cardenalicio, es designado como responsable para liderar uno de los rituales más secretos y antiguos del mundo: la elección de un nuevo Papa. Cuando los cardenales, como príncipes de la Iglesia, siendo los líderes más poderosos del catolicismo se reúnen para proceder a la elección de un nuevo Papa, Lawrence se ve atrapado dentro de una compleja conspiración a la vez que descubre un secreto que podría sacudir los cimientos de la Iglesia.

En la película, se habla de simonía, de abusos sobre personas en incapacidad de resistir por parte del clero, de las negociaciones para las votaciones y cargos pontificios, de la supuesta guerra ideológica en contra de temas de la Doctrina Social de la Iglesia, de las intrigas para conocer las debilidades de cada uno de los cardenales y, hasta de la violación del sigilo sacramental. Lógicamente es una novela ahora llevada al cine, pero, para muchas personas que han abarrotado las salas de exhibición, no es más que una mala propaganda para la iglesia en momentos de enfermedad del Papa Francisco, cuando la agenda de medios habla de la renuncia o fallecimiento del prelado de origen argentino.

Desde las denominadas “congregaciones generales”, el encierro de los cardenales, la voz extra omnes que busca que solo ellos estén en la Sixtina y cinco votaciones (hay cónclaves que han durado hasta dos años), se busca en la trama que se produzca la fumata blanca en las chimeneas de la Sixtina, en la que se quemarán las papeletas de las votaciones para elegir al próximo Papa y que el Cardenal Pro Diácono, pronuncie la bella fórmula annuntio vobis gaudium magnum; Habemus Papam, es decir, os anuncio con gran alegría , tenemos Papa. Esa chimenea conecta un resultado alegre, con el secreto de lo que se ha deliberado y discutido en el cónclave; así, el interregno culmine.

Las películas como Cónclave o las novelas de Dan Brown son ejercicios de libertad estilística literaria que, aunque pueden aproximarse a ciertos elementos de la realidad, no representan la verdad. Estas obras están concebidas para el entretenimiento y la especulación narrativa, pero no deben tomarse como reflejo fiel de los hechos históricos o de la vida interna de la Iglesia. La ficción, con su derecho a la exageración y la dramatización, no debe confundirse con la rigurosidad de la historia y la teología, pues el rigor de la verdad no se somete a los artificios del cine ni de la literatura.