El cuscús es un plato tradicional marroquí a base de sémola de trigo, servido con verduras, carne o pescado.
Lázaro David Najarro Pujol
La gastronomía de Marruecos se erige como un festín para los sentidos, una rica y variada expresión cultural con profundas raíces históricas. Marcada por influencias andalusíes, sefardíes, francesas y españolas, esta culinaria no solo nutre el cuerpo, sino que celebra la vida y las tradiciones en cada bocado.
Originada en gran parte en las suntuosas cocinas palaciegas de la dinastía meriní en el siglo XIV, la cocina marroquí se ha extendido por todo el país, adaptándose a las particularidades de cada región. Mohamed Salek Bniejara destaca carnes como la de camello y carnero asado, pero son el cuscús (especialmente los viernes), el mechoui y el tradicional pan de arena (acompañado de té de menta) las verdaderas joyas culinarias. Las normas religiosas prohíben el cerdo y aves con garras, exigiendo un ritual específico para el sacrificio animal, con opciones populares como pollo, gallina, pescados y mariscos.
La gastronomía del Magreb, según EcuRed, fusiona características mediterráneas con influencias africanas y toques otomanos, visibles en platos como las dolmas y los baclavas. Lo que realmente distingue a la cocina marroquí es su magistral uso de especias y condimentos únicos, entre los que brilla el ras el hanout (una compleja mezcla de pimentón, jengibre, cúrcuma, comino, azafrán y nuez moscada), armonizados con vegetales y frutas frescas.
Los cereales son pilares fundamentales, con el pan considerado sagrado y variantes como el pan de pita. El cuscús, versátil ingrediente, sirve de base para innumerables preparaciones. Entre los platos icónicos se encuentran el tajín, un estofado adaptable a casi cualquier ingrediente y cocinado en su característica cazuela cónica; la pizza bereber, popular en el sur; la pastilla de pichón o bastela, un hojaldre dulce-salado; el humilde pero arraigado bissara (puré de habas); y la nutritiva sopa harira.
Los dulces marroquíes son de fama mundial, destacando la chebakia, un manjar de harina, huevo, mantequilla, almendras, sésamo y miel.
Finalmente, la experiencia marroquí se profundiza en el desierto del Sahara con el ritual de los tres tés, una práctica ancestral que simboliza la vida, las relaciones y la muerte. El primer té, amargo, representa las dificultades; el segundo, dulce, la alegría del amor y la amistad; y el tercero, suave, la calma y aceptación de la muerte. Es un viaje cultural y sensorial que, según un viajero, se replica en los «cócteles marroquíes», donde cada ingrediente cuenta una historia de tradición y hospitalidad.
