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Hermanas Fáez: HEMOS LLEGADO LEJOS!

«Qué increíble que esta gente, que habita en pleno desierto, conozca a Cuba. ¡Hemos llegado muy lejos!»: Floricelda y Cándida Fáez Neyra, conocidas como Las Hermanas Fáez.
Lázaro David Najarro Pujol
Primicia Diario
Cuba- Latinoamérica
Casi tres décadas después de la histórica Marcha Verde, una delegación de música tradicional cubana visita Marruecos. Destacan entre sus integrantes Floricelda y Cándida Fáez Neyra, conocidas como Las Hermanas Fáez. Estas mujeres representan la esencia de quienes hacen música por amor al arte, como parte inherente de sus vidas, sin necesidad de incentivos externos ni vínculos con la industria discográfica. Junto a René Fáez Martínez y otros músicos, llegan a este fascinante país del norte de África,  de más de 38 millones de habitantes y bañado por las aguas del Atlántico y el Mediterráneo.
Marruecos, una tierra que parece congelada en el tiempo, es un crisol de influencias bereberes, árabes y europeas. René observa asombrado el paisaje mientras conversa con su anfitrión francés:
—Qué vista tan hermosa.
—Frente a ustedes se encuentran las aguas del océano Atlántico y el mar Mediterráneo —le responde el promotor con una sonrisa.
El sol brilla intensamente antes de desaparecer en el horizonte, mientras la brisa marina adormece a Floricelda y Cándida tras un largo día.
Después de cenar, regresan a su habitación para descansar. Sin embargo, alrededor de las cinco de la mañana, las despierta un sonido potente y repetitivo que recorre las calles.
—¡René, René! Parece que hay un loco suelto —dice Cándida alarmada mientras sacude a su sobrino.
—¿Un loco? ¿De qué hablas, tía? —responde René mientras se acerca curioso a la ventana.
Los tres miran hacia afuera y ven a un hombre proyectando un canto que invade el ambiente. René decide comentar la peculiar situación tanto al promotor como a la periodista que los acompaña. La explicación no tarda en llegar:
—No se preocupen, es el muecín. Está llamando a los fieles para el rezo del Al Fayar, la oración que precede al amanecer y purifica el alma.
Con los primeros rayos del sol, René contempla desde el balcón un impresionante paisaje marítimo en Marrakech, una de las ciudades más importantes del país. Mientras tanto, en la plaza central, se multiplican los puestos de comida que convierten el lugar en un gran restaurante al aire libre. Pero el verdadero destino los espera: La Puerta del Desierto. Este enclave marca la transición hacia las interminables arenas del Sahara y alberga a los ancestrales bereberes.
Tras una escala en Marsella, donde embarcaron rumbo a Marruecos, la delegación cultural inicia su viaje por carretera desde Marrakech hasta Ouarzazate, recorriendo cerca de 200 kilómetros. En el camino, los músicos contemplan campos fértiles y pequeños asentamientos que salpican los valles a medida que avanzan entre las majestuosas montañas del Atlas.
—Hemos llegado a la Puerta del Desierto —anuncia emocionado el promotor francés y  agrega—: Imaginen la histórica caravana «Tombuctú 52 días», un viaje en camello hasta las orillas del Níger.
Sin apenas tiempo para descansar del polvo acumulado durante el trayecto, parafraseando a José Martí, se preparan para el concierto. Los asistentes comienzan a llegar al improvisado escenario, instalado en medio de la plaza desértica. Entre ellos aparecen jinetes majestuosos vestidos completamente de negro, montando imponentes caballos árabes y portando largas espadas en sus cinturones.
El ambiente es majestuoso e irrepetible; los espectadores se sientan en cojines con las piernas cruzadas frente al escenario abarrotado.
—Sobrino, ¡mira! Esto está lleno —exclama Cándida emocionada.
—Y siguen llegando más personas, tía —responde René atónito ante la afluencia del público.
La actuación comienza y las voces de Las Hermanas Fáez conquistan al público conmovido, que sigue ampliándose con más jinetes que se unen al evento. Emocionadas, Floricelda y Cándida interpretan «Santa Cecilia» con toda su pasión: una melodía que fusiona simbolismo africano e inspiración indiana, erigiendo un puente entre culturas. Cada nota conmueve al auditorio y arranca aplausos fervorosos que parecen no tener fin.
Por tu simbólico nombre de Cecilia / tan supremo que es el genio musical. / Por tu simpático rostro de africana / canelado se admiran los matices de un vergel.
Y por tu talla de arabesca diosa indiana / que es modelo de escultura del imperio terrenal / ha surgido del alma y de la lira / del bardo que te canta / como homenaje fiel / este cantar cadente / este arpegio armonioso / a la linda Cecilia bella y feliz.
Los espectadores aplauden con entusiasmo mientras las Hermanas Fáez continúan interpretando la hermosa melodía. En el centro de la plaza, parecen dos ángeles que, con cada nota, reciben ovaciones cada vez más intensas. René, algo distraído, se sorprende cuando advierte la llegada de unos jinetes que visten atuendos oscuros. Sus cabezas están cubiertas por turbantes meticulosamente enrollados.
—Floricelda, Cándida, miren a esas personas. Son tan imponentes.
—¡René! Esos jinetes están desplegando una pancarta. ¿Será necesario interrumpir el concierto?
—No, tía. Esas personas solo vienen a saludarnos.
Ante la expectación del público, los jinetes comenzaron a vitorear: «Viva Cuba».
René Fáez Martínez, emocionado, reflexiona para sí mismo: «Qué increíble que esta gente, que habita en pleno desierto, conozca a Cuba. ¡Hemos llegado muy lejos!»
La Puerta del Desierto. Este enclave marca la transición hacia las interminables arenas del Sahara y alberga a los ancestrales bereberes.