Opinión, TOP

LA GUERRA QUE PETRO NO QUIERE VER

«Petro prometió acabar con la guerra, pero lo que vemos es todo lo contrario, una multiplicación del miedo. Su política de Paz Total se volvió en un laboratorio de impunidad»

 

Wilson Ruiz Orejuela

La crisis de seguridad que sacude a Colombia no comenzó con el camión bomba de Tunja. Es el resultado de una erosión lenta, de una estrategia de seguridad que se fue diluyendo entre discursos ideológicos, improvisaciones políticas y una desconexión total entre el Palacio de Nariño y la realidad de las regiones. Desde que Gustavo Petro llegó al poder, el país ha entrado en una etapa de inseguridad creciente, donde los violentos ganan espacio mientras el Gobierno predica una Paz Total que se quedó en papel.

Cada semana trae su propio sobresalto: ataques en el Cauca, secuestros en Arauca, extorsiones en Nariño, disidencias que avanzan sin contención. Y ahora, el turno fue para Tunja, una ciudad históricamente tranquila, cívica, universitaria, símbolo de orden. Lo que allí ocurrió es el retrato más crudo de un Estado que perdió el control de su narrativa y de su territorio.

Un camión cargado con 24 explosivos artesanales fue abandonado cerca del Batallón Bolívar. Las autoridades lograron evitar una tragedia, pero no pudieron evitar la sensación de vulnerabilidad que hoy recorre a los colombianos.

Petro prometió acabar con la guerra, pero lo que vemos es todo lo contrario, una multiplicación del miedo. Su política de Paz Total se volvió en un laboratorio de impunidad, donde los grupos armados negocian sin entregar nada, donde la delincuencia común se expande, y donde las fuerzas del orden actúan con manos atadas, entre la confusión política y la falta de respaldo institucional.

Mientras la violencia se propaga en casa, el Presidente parece más concentrado en Gaza que en Colombia. Se presenta como líder moral del mundo, pero guarda un silencio inexplicable frente a los atentados en su propio país. No se puede ser defensor de los derechos humanos cuando se tolera la inseguridad y la impunidad en casa. No hay paz posible en el mundo cuando el propio pueblo vive atemorizado.

El problema no es solo de prioridades, sino de liderazgo. La seguridad nacional requiere presencia, autoridad y coherencia. Pero Petro gobierna desde la distancia, con un gabinete dividido, un ministro de Defensa que reacciona tarde y una estrategia que no existe. Se ofrecen recompensas, se anuncian operativos, pero la ciudadanía no percibe resultados. Lo que sí siente es la ausencia del Estado y el avance del crimen.

Tunja, además, tiene un valor simbólico que no se puede pasar por alto. No es una ciudad fronteriza ni un corredor del narcotráfico. Es el corazón de Boyacá, cuna de la independencia, tierra de estudiantes y maestros. Que allí aparezca un camión bomba es, en sí mismo, un acto de desafío a la institucionalidad. Es la muestra de que la violencia ya no distingue territorio, ni clase, ni ideología.

Estamos frente a un gobierno que confundió diálogo con debilidad. Que creyó que la paz se construye a punta de concesiones, sin autoridad, sin presencia y sin estrategia. Pero la paz sin ley no es más que una tregua entre guerras.

Colombia no puede seguir caminando entre la resignación y el miedo. Necesitamos recuperar la confianza, la inteligencia y el control del territorio. Porque si el Estado se replega, los violentos avanzan. Y si el Presidente sigue mirando hacia Gaza mientras el país se incendia, la historia lo recordará no como el líder de la paz, sino como el mandatario que dejó desangrar su nación mientras hablaba de justicia global.

Tunja fue una advertencia. El camión no explotó, pero sí lo hizo el mensaje: la Paz Total se desmorona, y con ella, la esperanza de un país que clama por autoridad.