«El papagayo tocaba violín»
Edgard Collazos Córdoba
Hace mucho tiempo en Colombia, un libro no generaba tanta recepción como lo está generando la nueva narración de Álvarez Gardeazábal.
«El papagayo tocaba violín» es el título del último libro del escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, en el que pone «toda la carne en el bracero». La obra, que parece anunciar la continuidad de una saga de historias interminables de una región que su talento literario ha convertido en mítica, ha captado la atención del público. Desde su primera novela, «La boba y el Buda», destacada en 1972 con el premio Ciudad de Salamanca, el tono de su narrador ha acostumbrado a sus lectores a pensar que la realidad de Tuluá es a veces más delirante y fantástica que la lograda por la fantasía.
En esta nueva narración, Gardeazábal se enfrentó al reto de desenredar aquello que el tiempo y la vida habían ido enredando en más de cien años de historia familiar. Con una estructura que imita al azar, pero acomodando las historias con la destreza de un prestidigitador, el autor decidió que los recursos narrativos no se desprendieran de la trama, sino de la vida misma.
El libro es una explosión de historias, donde se hilvanan personajes de todo tipo: monjas, curas, alcaldes, enanas, gigantes, sexo, envidias, amores correspondidos, ultrajes y ahorcados. Cada capítulo podría desprender una nueva novela, como en el caso del número once, que narra la apasionada historia de Raquel y Matilde, un capítulo que destaca por su poesía y humanidad.
Uno de los aciertos más notables de la obra es la forma en que el autor se desmarca de los recursos clásicos para crear una nueva estructura. Gardeazábal desobedeció a sus maestros y en su lugar, imitó a «esa maestra que es la vida; la voz de la realidad que nunca lo ha traicionado». De esta manera, el escritor logra traducir la historia de un país en el «sagrado arte continuado de destejer aquello que el tiempo y la vida fueron enredando».
