La universidad de la vida, de la pura vida
Óscar Javier Ferreira Vanegas
Desde el momento en que nacemos, estamos en constante aprendizaje. Somos como un diamante en bruto que la vida se encarga de pulir. Aprender a hablar, dar los primeros pasos y levantarnos tras cada caída ha sido una odisea. Hemos sufrido, pero también hemos aprendido a reír. Y cuando creímos que la tormenta arrasaría con todo, el sol de la esperanza iluminó nuestro camino.
El tiempo nos ha acompañado en esta travesía existencial. Más allá del aula de clases a la que asistimos desde niños, es la escuela de la vida la que nos ha brindado la verdadera sabiduría. Aunque la formación académica es valiosa, la esencia de nuestra educación proviene del hogar. Es gracias al ejemplo de nuestros padres que somos lo que somos. De nada sirve el conocimiento sin una guía espiritual, sin valores éticos y morales. A lo largo del camino, siempre ha habido personas y maestros especiales que nos han inspirado a explorar nuevos horizontes, y a quienes recordamos con gratitud. Nuestro corazón ha aprendido a latir al ritmo del amor y del dolor, pero en esta travesía nos acompaña la persona destinada a caminar a nuestro lado.
Los campesinos nos dan una lección de sabiduría con su profundo conocimiento de la naturaleza y la siembra, muchas veces superior al de los más experimentados agrónomos. Las recetas ancestrales de nuestras abuelas siguen sanando enfermedades cuando la medicina moderna no encuentra respuestas. Su estilo de vida, alineado con los ritmos de la naturaleza, su alimentación saludable y sus costumbres arraigadas, contrastan con el acelerado y caótico ritmo de vida citadino.
En contraste con la sabiduría de estos hombres y mujeres sencillos, muchos profesionales capacitados desvían su labor humanística, traicionando la ética que alguna vez juraron defender, convirtiéndose en piezas de compraventa en un mercado laboral donde el «tener» ha desplazado al «saber». La apariencia y la vanidad se han convertido en el lema de una sociedad que galopa sin freno hacia su propia decadencia.
La vida es un camino incierto, y cada quien la vive a su manera. Lo importante es aprender de los fracasos, corregir los errores y seguir adelante. Aprender a vivir, a convivir y a servir nos acerca a la verdadera felicidad. Nuestros hijos son nuestra huella en el mundo, como nosotros lo somos de nuestros padres y ancestros. Somos la cúspide de la pirámide existencial, los herederos de la Tierra, los dueños del aquí y el ahora. Para que estemos aquí, muchos de nuestros antepasados sufrieron hambre, guerras y sacrificios, pero triunfaron. Somos su legado, su mayor victoria. Y, con ello, también recae sobre nosotros la responsabilidad del presente y el futuro de la humanidad.
La vida es un regalo invaluable, y cada día debemos agradecer a Dios el milagro de existir. Que el amor sea la tiza con la que escribamos nuestra historia, día a día, en el pizarrón de la vida.

Muchas gracias a Primicia Diario, y a su director Victor Hugo Lucero por la publicación de mi artículo LA UNIVERSIDAD DE LA VIDA.