Joven estudioso y destacado a nivel nacional
Un joven que llegó a un ambiente delincuencial y destruyó su vida
Óscar Javier Ferreira Vanegas
«Las dos caras de la moneda», se nos presenta un vívido contraste entre dos realidades que marcan el destino de los jóvenes. Por un lado, se confronta la oscura trayectoria de un sicario, cuya vida estuvo marcada por un hogar disfuncional y un ambiente delincuencial, lo que lo mantuvo alejado de las aulas educativas. En contrapunto, se destaca la historia de un joven que alcanzó la excelencia académica con el mejor ICFES del país, quien creció en un hogar fraterno y tuvo pleno acceso a la educación, vislumbrando así un futuro promisorio.
Esta dicotomía, tan cruda como real, nos lleva a una conclusión ineludible: el hogar, el buen ejemplo y la educación son, sin lugar a dudas, los pilares sobre los que se cimienta la formación humana.
Panorama Desolador y la Indomable Fuerza del Espíritu
La situación actual nos presenta un panorama desolador, donde incontables niños se ven privados de la educación, víctimas inocentes de la violencia rampante. El espíritu humano se nutre de amor, y aquellos que pregonan la violencia y empuñan las armas están condenados al fracaso. Es un recordatorio contundente: si la justicia humana flaquea, la divina es implacable. Quienes orquestaron actos de violencia, aunque hoy se mofen de la ley, ya han sellado su propio destino.
Se nos invita a una profunda introspección sobre el libre albedrío, una espada de doble filo que, si no se maneja con sabiduría, puede volverse contra nosotros. Se enfatiza el poder letal de la palabra cuando se transforma en un misil de odio y rencor, y cómo la guerra mediática solo aviva las llamas de la violencia. En un universo donde todo vibra, la palabra se alza como una fuerza creadora, moviéndose en esferas invisibles. Sin embargo, se advierte que, cual bumerán, todo lo que pronunciamos o pensamos retorna a nosotros, pero amplificado.
La Senda Destructiva de la Ambición
La ambición desmedida es una senda que conduce invariablemente a la destrucción. El ejemplo de dos jóvenes que dejaron una huella imborrable—una de odio y la otra, lamentablemente, también de odio (lo que sugiere un posible error tipográfico, dado el contraste)—nos interpela directamente. Esta triste realidad exige una respuesta contundente de la sociedad, que debe volcarse en la promoción del diálogo y una sana convivencia pacífica.
Finalmente, el texto culmina con un llamado apremiante: es imperativo cuidar y amar a nuestros niños. Ellos son el futuro de la nación, y recae sobre nosotros la responsabilidad de guiarlos en su camino, inculcándoles el valor del ser, no meramente del tener. El joven sicario, al vender su vida por «veinte denarios de plata», no solo se olvidó de vivir, sino que dejó un sombrío recordatorio de las trágicas consecuencias de la desatención y la ausencia de valores en la sociedad.