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Sensatez vs Delirio: UN LLAMADO A LA REFLEXIÓN EN EL DISCURSO POLÍTICO DE COLOMBIA

Política: ¿El arte de servir o de servirse?

 

 

 

Fernando Salgado Quintero

MD

En el actual panorama político colombiano, el discurso de los altos funcionarios del Estado ha generado tanto entusiasmo como controversia. Con frecuencia, se invoca la idea de que «yo represento al pueblo», sugiriendo un poder popular que, en ocasiones, parece rebasar los límites de la racionalidad.

Este fenómeno, conocido o denominado por algunos como el «poder de la palabra», puede ser mejor comprendido al analizarlo a través de la noción de «delirio», tal como se define en los campos de la medicina y la psicología. Este término hace referencia tanto a un estado mental de confusión como a una creencia mantenida con firmeza a pesar de la evidencia en contrario.

En el ámbito político en nuestro país y muchos otros países del mundo, el delirio se manifiesta en la incapacidad de algunos líderes para interpretar adecuadamente la realidad política, social y económica de su país. Un ejemplo de esto es la tendencia a emitir decretos de manera directa y sin consenso legislativo, lo que se ha denominado coloquialmente «decretazos». Esta urgencia por implementar cambios radicales puede reflejar una desorientación ante la complejidad de problemáticas como la pobreza, la violencia, la desigualdad y la inequidad, que han afectado a Colombia durante muchos años.

Los síntomas de esta confusión política generan un ambiente de incertidumbre, tanto entre los ciudadanos como en los sectores independientes y en la oposición. En momentos de crisis, la agitación en el discurso político puede interpretarse como un signo de un liderazgo que lucha por encontrar su rumbo. Cuando altos funcionarios del Estado sostienen creencias firmes a pesar de la evidencia, se revelan esas ideas delirantes, como la afirmación de que «el pueblo tiene el poder» o la insistencia en convocar una asamblea constituyente. Estas posturas revelan una obstinación por parte de algunos líderes, quienes ignoran críticas sensatas y advertencias sobre las posibles consecuencias de sus acciones.

La resistencia a la evidencia se traduce en la descalificación de voces disidentes y en la creación de una narrativa donde cualquier oposición se considera un ataque directo al pueblo. Esta actitud puede resultar peligrosa, ya que fomenta un entorno totalitario en el que se silencia a los contradictores políticos y las creencias del «líder» se convierten en dogmas, es decir, principios considerados fundamentales e innegables.

Este enfoque delirante en el discurso no solo afecta el juicio de los funcionarios del Estado, sino que también influye en el comportamiento de sus seguidores, quienes pueden identificarse con un líder carismático que propugna un poder popular absoluto.

Este fenómeno puede llevar a la adopción de posturas extremas, como lo ha señalado el abogado Víctor Mosquera, quien advierte que «los señalamientos del presidente no solo son injustificados, sino que tendrían un impacto negativo en el ejercicio de la oposición política y en el debate público». Esta dinámica ha generado una peligrosa división en la sociedad, donde el diálogo y el debate son reemplazados por la confrontación y la polarización.

Comprender el discurso de los altos funcionarios del Estado a través de la perspectiva del delirio nos ofrece una visión crítica sobre los desafíos que enfrenta su liderazgo. Es esencial que tanto ciudadanos como líderes políticos busquen un equilibrio entre la pasión por el cambio y un enfoque racional basado en la evidencia. Solo así podremos construir un futuro en el que el verdadero poder del pueblo se traduzca en acciones efectivas, evitando caer en ideas delirantes que puedan desviar al país hacia caminos inciertos, como se ha evidenciado en el lamentable caso del senador Miguel Uribe Turbay.

La sensatez y la objetividad deben prevalecer en el discurso político, promoviendo un diálogo constructivo que permita abordar los problemas de Colombia con la responsabilidad y la claridad que la situación exige, por ello es muy importante que la sociedad civil e igualmente los medios de comunicación y aquellos lideres de opinión que hoy se denominan «influencers” para que de una manera proactiva faciliten esos diálogos y ayuden a construir puentes que garanticen un debate serio y respetuoso y siempre orientado a proteger la Constitución , la Ley , la independencia de poderes y el  estado de social de derecho garantizando el bienestar y la igualdad material de todos los ciudadanos.