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Una Crónica del Día a Día en Bogotá: EL TRAJÍN DE MARÍA TERESA

María Teresa

 

La alarma de María Teresa suena a las 3:00 de la mañana, en la penumbra del barrio Independencia. A sus 32 años, su día es un ciclo incansable, una danza coreografiada por las distancias de Bogotá y la urgencia de un salario mínimo. Sale de casa cuando la mayoría aún duerme, y emprende el primer tramo de su odisea: desde la Independencia hasta Bosa, para poder subirse a un TransMilenio. Su destino: el norte de la ciudad, donde a las 6:00 a.m. ya debe estar en su puesto de trabajo. Tres horas de viaje, una constante que carcome su tiempo y energía antes de que el sol despunte.

A lo largo de doce horas, María Teresa se entrega a su labor, esa que apenas le retribuye un salario mínimo al mes, una cifra que a duras penas estira para cubrir las necesidades básicas de su hogar. Cuando el reloj marca las 6:00 p.m., el agotamiento ya es una sombra pesada. Pero no hay tregua; el recorrido inverso la espera. Las estaciones de TransMilenio, a esa hora pico, son un pandemonio de cuerpos y prisas, una marea humana que la absorbe y la retiene. El regreso a casa, su humilde refugio, se prolonga hasta las 9:00 de la noche.

Al cruzar el umbral de su vivienda, la jornada de María Teresa, lejos de terminar, se transforma. Sus tres hijos la esperan, no solo con abrazos, sino con tareas por revisar. Mientras los acompaña en sus deberes escolares, sus manos ya están activas en la cocina, preparando los alimentos para el día que vendrá. Es una coreografía de la supervivencia, donde cada minuto cuenta. Finalmente, a las 11:00 p.m., el cansancio la vence. Duerme apenas cuatro horas, un breve respiro antes de que la alarma vuelva a sonar a las 3:00 a.m., reiniciando el incesante trajín de su vida en la Bogotá de hoy.

En esta rutina de acero, donde cada minuto está asignado a la subsistencia, se percibe la esencia de la vida de miles de bogotanos. María Teresa encarna la resiliencia silenciosa de quienes, con un esfuerzo sobrehumano, sostienen sus hogares y alimentan la gran maquinaria urbana. Su historia no es solo la de un viaje diario, sino la de una lucha constante por la dignidad, la educación de sus hijos y la esperanza de un mañana mejor, un testimonio vivo de las complejidades y las duras realidades que la capital colombiana a menudo esconde tras sus luces.

Para llegar a su vivienda María Teresa debe subir por senderos y atajos