Internacional, TOP

Crónica: «NUAYCIELOCOMUELDEQUITO»

ecuadorLa  plaza de Santo Domingo, bella, despiadadamente bella, con cúpulas blancas, doradas, de cal, de baldosas; construcciones en piedra volcánica, en adobe crudo; techos de tejas de barro, grandes ventanas de dos batientes, y más balcones con rejas y más casas y más edificios.

 

Jaime Cano

Quito

Primicia Diario

 

Estoy en un hotel de 5 dólares día, en el balcón adornado de viejos hierros, sobre una de las calles del centro de Quito. Es noche brillante. El edificio, como casi todos los de este sector de la capital, de arquitectura republicana, creo. Veo la plaza de Santo Domingo, bella, despiadadamente bella, con cúpulas blancas, doradas, de cal, de baldosas; construcciones en piedra volcánica, en adobe crudo; techos de tejas de barro, grandes ventanas de dos batientes, y más balcones con rejas y más casas y más edificios. Cada uno con diferente color vital, moderado por el blanco; excelentes fachadas con muchas columnas, adornos, escudos, y más iglesias y más calles… Abajo, los troles de las últimas horas de servicio, que en lugar del esperado pito van alertando a los peatones con las notas de la Guaneña. El aire frío y limpio. Arriba, las luces de las casitas que suben al cerro el Panecillo. Panecillo es el nombre español, otorgado en época colonial a este cerro. Antes era llamado Shungoloma, palabra quichua que significa «loma del corazón». (El mismísimo de la canción que tantas veces soné en Bogotá) rematado por una mega escultura de una deidad alada, lila plateada y vigilante, la Virgen de Quito.

Lujo el escuchar las canciones de los hermanos Miño Naranjo en su propia tierra. (Aquí se escucha muy buena salsa y música andina, claro) Ahora me doy cuenta de mi larga siembra y lucha, de la inconsciente defensa de mi continuo nomadeo. Este es el premio. Premio a mí ser rabiosamente Latinoamericano. Estoy donde debo y quiero estar. Brindo con esta cerveza gigante de un litro por sólo 60 centavos de dólar americano.

ecuador 1El sector me recuerda a la Candelaria de Bogotá, con menos frío, sin bogotanos, con más arquitectura; me recuerda a Getsemaní de Cartagena, sin tanto calor, con su colorido, con el mismo olor a orines.

Ciudad sin el smog de otras urbes. Calles estrechas, huellas del paso de rancherío en  la conquista, a caserío en la colonia, a pueblo en la república, y a larga, muy larga, larguísima, ciudad Anaconda: Quito. Las calles se ubican, como en Medellín, por sus nombres. También como en Nueva York, se oye el aullar de una sirena de policías o de paramédicos cada minuto.

En los alrededores del centro están la apetecidas «monas», que amortiguan los apremios masculinos por sólo 3 dólares. Pero no son de cabellos dorados, piel blanca y ojos azules o verdes; las monas de aquí, son las mismas trigueñitas del Pacífico. Afrodescendientes. También aquí los habitantes de la noche y de las esquinas, como en cualquier gran ciudad, venden alucinógenos y a su mujer, para sobrevivir en compañía de su guagüita, que llora de hambre.

Mi habitación es cálida, tiene, inútiles, dos camas de más.

ecuador 2Una Iglesia Colonial quiteña es rabiosamente barroca.  Una equivale a diez de otras ciudades y a cien veces el concepto. 6:30 a.m.: después de una fachada muy elaborada, de columnas labradas en dura roca oscura, como gigantescos lazos retorcidos.

 

Penetro tras los ecos de las pisadas de los pies que arrastran a una anciana. Ecos que se intercalan con los murmullos-gorjeos de sus rezos. El resplandor dorado hace que olvide a la viejita. El techo, los arcos, las columnas están cubiertos en su totalidad de ornamentos. Los santuarios, uno por cada paso, en exceso dorados, adornados, voluminosos, y barrocamente retorcidos.  Cada elemento, con vida propia, saliéndose del conjunto de las tallas. Sin muchas lámparas, este templo es luminoso, resplandeciente, como los tesoros de los cuentos o de los sueños. Estoy en el interior de una gran nave sacra donde todo brilla, y hay una belleza y una armonía desmedida. Entonces comprendo, no ya desde mi discurso racional, sino desde lo visceral, desde mi inteligencia emocional, que es lo más hermoso que he visto en 55 años de vida. Tan bello en el frescor y silencio de la mañana de cristal, con los apenas audibles rezos de la anciana, tan intenso, tan superior y magnífico a cuanto he vivenciado, tan estremecedor y emocionante que mis lágrimas comienzan a brotar sin mi consentimiento. Hago contacto con lo sagrado.

Universidad de San Francisco, arquitectura reciente: con elementos medievales, mozárabes, modernos, kitsch, populares. Ventanas cuadradas, de arcos ojivales, de medio punto, columnas, balaustradas, cenefas, morisquetas, capiteles, doseles, basales en combinación de estilos; con pisos de baldosas de tamaños y colores y diseños diferentes, como si hubiesen comprado en una feria de retazos; en un cóctel, en un salpicón, en un potpurrí, donde se reúne lo inesperado. Corredores, pasillos, escalas, rampas, patios con medias tortas, ágoras sin filósofos, cafeterías que se nombran «bar», que resultan ser, en efecto, una cafetería-restaurante universitaria, donde si se vende una que otra cerveza.

Estos indígenas (a mucho honor) que hablan español y quichua (por suerte) destilan un licor casi clandestino de diversos nombres según región, clima o inspiración. En los pueblos cercanos a Quito se le llama «Puntas». Traducido de la mejor tradición licorera: ¡Vodka!, ¡Ésto es!: calientito, como un ron o un aguardiente, saludable para el alma como el buen wiski, huele a caña de azúcar y a destilería rudimentaria. Verdadero licor Light, sin químicos y bajo en azúcar. Un litro, un dólar. No produce chuchaqui, guayabo, resaca, dolor de cabeza. Sólo falta que nos informen que no produce cirrosis y tendríamos nuestro perfecto Éxtasis latinoamericano a precio tercermundista. Y nos lo prohibirían.

Celulares: si en mi país hay fiebre por ellos en Quito hay epidemia, y como todo lo de los pobres: sacrificando lo fundamental, se compra por arribismo, para luego no usar los servicios por costos. Es cotidiano ver a grupos de estudiantes universitarios en los corredores de las facultades jugando culebrita en las pantallas multicolores de sus celulares último modelo. Que entre una llamada es un hecho que se celebra en comunidad, con no poca envidia, como un gran acontecimiento. «Tecnología de punta» que se usa como reloj despertador o como beeper. También para enviarse correos electrónicos de una esquina a otra del salón de clases.

El Quiteño no habla, canta, baila semánticamente, danzan en un pentagrama de corcheas, una octava arriba del la escala de la voz humana normal. El adorno final de una frase es una nota de canario. Manejan los tiempos y los silencios de modo sinfónico, transmitiendo cómo se sienten. Y aunque les hables con mucha claridad, tu distraído interlocutor quiteño te responderá con un ¿Mande?, que quiere decir «repita la información». En un contexto comunicativo coloquial un «Ya mismo», que podríamos entender como «En el próximo minuto», equivale a «Dentro de una hora», y el «Ya mismito» que equivale a «Dentro de los próximos 15 minutos… »

Para hablar con el rector de un colegio puedes ir el lunes y hacerle antesala de 10 a 11, y el martes de 8 a 10, y el miércoles de 7 a 12. Finalmente te dirán que la propuesta la pases por escrito y la respuesta te la darán el viernes, pero de otra semana, de algún mes… Ser rector aquí es mucho más que ser el dueño del colegio. A todo Licenciado se nos dice Doctor. Un Inspector General gendármico (profesor coordinador de disciplina en Colombia) a veces con más poder práctico que el rector, con un seco « ¡No puedo atenderlo!» Nos deja sin alternativas. Es la frase que más les he oído. He visto en estos pocos días demasiadas madres y niños estudiantes humillados por este tipo de personaje. Es más fácil hablar con el decano de cualquier facultad o con la esposa del presidente de la república que se pasea en mangas de camisa, sin más, en cualquier acto social de barrio o por las calles del mercado, como la madre del patriarca.

Para los innumerables retenes militares, que hay después de la frontera y entre provincias, todos los turistas colombianos traemos un kilo de coca, lo cual es inexacto, y todas las pereiranas y caleñas vienen a trabajar como prostitutas, lo cual es bastante cercano a la verdad.

Sin la excusa de que es la guerrilla el problema para el desarrollo de la economía, y que explicaría la (histórica) pobreza de los (30) millones de pobres en Colombia, aquí, con gobiernos provincianos, folclóricos, corruptos, celosos y cínicos, la gente habla necesariamente de los ladrones de turno del erario público, se discute (hasta en las universidades burguesas, al contrario de Colombia) el papel del FMI, del Banco Mundial, del ALCA, el modelo neoliberal, que si explican la riqueza de los ricos nacionales y la riqueza de los países ricos que nos saquean. A este pequeño país sin guerrilla, y casi sin droga, se le agigantan, en forma alarmantemente rápida, los mismos graves problemas sociales que tenemos en Colombia. Se me ocurre pensar que en diez años estarán como nosotros.

De la belleza de sus habitantes. Si no tuviese a mi afro colombiana en Cali, intentaría enamorar en Otavalo, la población de las indígenas de rostros perfectos, y como los hindúes, con los ojos étnicos más bellos del mundo. ¡Qué ojos! No así sus cuerpos, producto de una dieta pobre en verduras y frutas, con excesos de harinas y fritos. No usan, abusan de la sal en sus escasas ensaladas. Comidas, algunas de una insipidez mortal: motes, guatitas, chaulafán, cueros, encebollados, morenos, humitas, empanadas de verde, choclo, tripamisqui. Desayunos que incluyen caldo de papa con hueso carnudo sin carne, seco de arroz con trozo de carne frita, rebanada de tomate y cebolla cabezona, huevos pasaditos de aceite, jugo de fruta siempre cocida y con demasiada azúcar, café o chocolate y pan, (en un mes de vivir aquí no he visto ni una sola arepa) y más café, por sólo 80 centavos. Como los coreanos y los mejicanos: comen ají y lo bajan con ají. Recuerdo los indígenas Guahibos de los Llanos de Colombia y Venezuela: si en la mesa no hubo ají, no hubo comida.

Quien ha venido a Quito y no ha tomado café con humitas o chocolate con pan de Ambato, quien no ha visto en una de estas mañanas nítidas como espejo nuevo, la blanca majestuosidad del volcán Cotopaxi contra este cielo más que azul, aséptico, y no ha desayunado en un mercado popular con yaguarlocro, una sopa proteínica y exótica como su nombre, vino pero no llegó.

Recomendación: no debes ir a comprar «drogas», para la abuelita enferma, porque te llevan preso. Aquí no hay «droguerías», en la farmacia de la esquina lo que venden son «medicamentos».

Lucía me ha hecho saber que aquí, como en todas partes del mundo, las mujeres esperan ternura y comprensión de parte de sus hombres, pero que el quiteño medio es machista, demasiado, y que es frecuente su violencia contra la mujer. Y los que no, se fueron para España…

¡Viva Quito! Hoy celebran un día importante. Hay banderitas en cada ventana. ¿Viva Quito indígena, sólo en la soledad latinoamericana, dolorido, hambreado, que sueña con ser lo otro, el sí mismo, a pesar de Coca-cola Nestlé, Colgate-Palmolive, Bellsouth, sus saqueadores nacionales y las multinacionales del capital y del petróleo?

Nuaycielocomueldequito: seis Dioses de fuego vigilan que así sea, mientras los compromisos de gerente no le permiten a mi hermano, que cree que todo es Disney World, disfrutar ésto.Me despido de Quito con una alegre sensación de dulce tristeza.

SONY DSCEstos indígenas (a mucho honor) que hablan español y quichua (por suerte) destilan un licor casi clandestino de diversos nombres según región, clima o inspiración. En los pueblos cercanos a Quito se le llama «Puntas». Traducido de la mejor tradición licorera: ¡Vodka!, ¡Ésto es!: calientito, como un ron o un aguardiente, saludable para el alma como el buen wiski, huele a caña de azúcar y a destilería rudimentaria. Verdadero licor Light, sin químicos y bajo en azúcar. Un litro, un dólar.

ecuador 4De la belleza de sus habitantes. Si no tuviese a mi afro colombiana en Cali, intentaría enamorar en Otavalo, la población de las indígenas de rostros perfectos, y como los hindúes, con los ojos étnicos más bellos del mundo. ¡Qué ojos! No así sus cuerpos, producto de una dieta pobre en verduras y frutas, con excesos de harinas y fritos. No usan, abusan de la sal en sus escasas ensaladas.

ecuador 6Las carreteras nos llevan años luz a los colombianos. El dinero alcanza para las obras en el Ecuador, mientras la corrupción en Colombia acaba todo.

ecuaEn los alrededores del centro están la apetecidas «monas», que amortiguan los apremios masculinos por sólo 3 dólares. Pero no son de cabellos dorados, piel blanca y ojos azules o verdes; las monas de aquí, son las mismas trigueñitas del Pacífico. Afrodescendientes.