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LA INCÓMODA Y HASTA PELIGROSA HOMONIMIA

La ciencia ha comprobado que no existen dos seres iguales en la naturaleza

 

 

Jairo Cala Otero

Primicia Diario

 

La homonimia, palabra compuesta que significa cualidad de homónimo, y esta, que  equivale a igualdad de nombres en personas o cosas, no es tan inofensiva como parece. Tiene, por lo menos, su dosis de incomodidad para algunas personas; y hasta encarna grave peligro si no se la filtra con escrúpulo.

 

A las cárceles han ido a parar muchas personas acusadas de distintos delitos, solamente porque tienen nombre y apellidos idénticos a los de otras que sí, efectivamente, violaron las normas de los códigos penales. Con sistemas judiciales paquidérmicos, obtusos y laxos (verbigracia el de Colombia) esas víctimas pagan condenas de prisión injustamente, porque a ningún funcionario judicial se le ocurre cotejar huellas dactilares, corroborar documentos de identidad, ni allegar acervo probatorio suficiente hasta descartar que ellas sean los bandidos que la «justicia» busca.

Pues para anticiparme a eventuales y mayores males para mí, o a que yo los pudiese provocar por «culpa» de llamarme como me llamo, he de contar aquí que yo he sido «protagonista» en perjuicio propio, por la nunca bien ponderada homonimia. Eximo, eso sí, de toda culpa a mis progenitores. ¡Qué culpa pueden tener los papás por bautizarlo a uno con un nombre que a ellos les gustó, y heredarle los dos apellidos! ¡Ninguna!

Lo cierto es que la primera vez que la homonimia se atravesó en mi camino fue por allá en 1990, aproximadamente, cuando yo fungía como director de noticias de Radio Melodía, en Bucaramanga. Una persona, mediante llamada teléfonica, me conminó a que pasara por un almacén para que pagara unas cuotas monetarias que estaba debiendo por una mercancía. Después de varios minutos de tira y afloje verbal caí en la cuenta de que el atrasado en esos pagos podría tratarse de un homónimo; y, efectivamente, la confusión se aclaró cuando yo advertí que mis apellidos son Cala Otero. Este, el último, fue mi «abogado». Porque le estaban cobrando a un Jairo Cala, pero con Rodríguez como apellido materno.

Después, una mañana dominical, cuando aún estaba yo en brazos de Morfeo, otra llamada telefónica urgía que me hicieran levantar de la cama. Mi madre la había contestado, y condescendiente con la persona que acosaba desde el otro lado, me despertó. Contesté, y una voz femenina me increpó por estar durmiendo todavía (6:00 a. m.) cuando ella y otros compañeros suyos me estaban aguardando desde hacía media hora en la Puerta del Sol (salida de Bucaramanga hacia Bogotá y Barrancabermeja), para emprender el paseo programado. Después de varios minutos, durante los que la mujer no me había hablado del dichoso paseo, sino que se limitaba a regañarme por mi tardanza, recordé que yo tenía un homónimo. Y cuando pregunté a quién estaban esperando en aquel sitio, me dijo: «No se haga el tonto, pues a usted: Jairo Cala Vecino». ¡Nooooo!, una llamada había interrumpido mi delicioso sueño dominical ¡por homonimia, otra vez! Apenas escuché que el auricular del otro teléfono se estrelló para cortar la comunicación, cuando aclaré que yo era Jairo Cala Otero, que trabajaba en periodismo y que no había acordado con nadie ir a ningún paseo.

Han pasado otros chascos similares en ese sentido. Me los saltaré para no hacerme difuso. Solamente me ocuparé del último. Ocurrió la semana del 07 de mayo de 2012, cuando la esposa de un alcalde de un municipio de Santander, interesada en la revisión y corrección gramatical y ortográfica de su tesis de grado, se puso en contacto conmigo. Solícito con la tarea, hice un presupuesto, el cual fue aprobado. Puse manos a la obra, pero como a los dos días la clienta me confesó que tenía una confusión; había unas características que no le «cuadraban», como el tono de mi voz, lugar de residencia y hasta el modo cortés de tratarla.

Ya curtido por la experiencia, no dudé un segundo en concluir que estaba frente a ¡otro episodio de homonimia! Pero esta vez apelé a una autodefensa más puntual e incisiva, porque la clienta me confundía con la misma persona que adeudaba unos pagos cuando me sucedió el primer caso de confusión de identidad. Le dije que el otro Jairo se llama, realmente, Jairo Alcides Cala Rodríguez, y que yo soy Jairo Cala Otero. (El segundo apellido es una suerte de «escudo» para mí en estos casos. ¡Gracias, mamá!).

Y le hice por el correo electrónico una descripción de algunas características, para que el asunto quedara más claro que la luz del Sol: yo no mezclo mi trabajo con política; el otro, sí; yo no contrato nada con el Estado; el otro, sí; yo me dedico a dictar conferencias de desarrollo humano, y talleres de redacción correcta; el otro, no; mi nombre sonó por muchos años en radio, y apareció en letras de molde en periódicos cuando ejercí el periodismo convencional; el del otro, no; y tengo una morfología que dista kilómetros de parecerse a la del otro.

En lo único que hay coincidencia es en que mi homónimo también es periodista. Pero por un motivo que yo no he entendido, él no gusta de identificarse como sus progenitores lo bautizaron, sino apenas con su primer nombre y su primer apellido: Jairo Cala. ¡Y de ahí es de donde se desprende la confusión!

¿Cuántos contratos le habrán adjudicado a mi homónimo porque algún alcalde esté convencido de que soy yo, por ejemplo? ¡Averígüelo Vargas!

Esas situaciones, claro, no han sido sino anécdotas graciosas, si bien han encarnado algún tris de incomodidad.

Lo grave sería que a mi homónimo lo confundieran conmigo si, eventualmente, yo llegase a quebrantar, por ejemplo, el código penal en alguna de sus disposiciones. Pobrecillo, ¡sería condenado a la cárcel por mi culpa!  Aunque no descarto que en una situación tal pudieran moverse cielo y tierra, para aclarar que no hay confusión, que el pillo soy yo. Presteza y diligencia que no se hacen cuando la confusión es a la inversa.

Me queda una carta, la genuina: miles de personas me conocen, y saben de mi composición ética, moral, espiritual y laboral. Por eso, respiro serenamente. Pero no sobra recalcar que ¡yo me llamo Jairo Cala Otero!