Columnistas, Editorial, Opinión

FELIZ PERO TENEBROSA

 

COLOMBIA

 

 

Raúl Gutiérrez

Columnista

Primicia

 

Colombia según encuesta de la especializada Gallup es el país más feliz del mundo. El paisaje, la música, la comida, están entre las veintiuna razones que los encuestados  optaron al responder.

El profesor inglés Paul Dolan, obsesivo estudioso de la relación entre psicología, economía y políticas públicas sostuvo en reportaje a El Tiempo que el resultado puede no ser cierto.

(…) «Esas encuestas de felicidad tienen encuenta aspectos globales y hacen preguntas sobre los  niveles generales de satisfacción. (…) Las respuestas suelen estar relacionadas con la forma cómo se hacen las preguntas y, además, puede haber algunas diferencias culturales significativas en la manera en que la gente responde».

Si no atenemos al resultado de la encuesta y desoímos al profesor Dolan, chocamos con la cruda realidad colombiana: violencias, impunidad, corrupción, inequidad, pobreza, desigualdad, etcéteras, truncan diariamente los estados de felicidad y placer de la mayoría de colombianos. En enero 184 niños murieron a causa de violencias de distinto genero. Un patrullero de la policía apareció muerto luego de estar perdido diez días en las laderas de Bogotá. El certificado forense atribuye el hecho a un fatal accidente. Siembargo, hay una duda colectiva sobre las circunstancias del accidente comenzando por la del presidente Juan Manuel Santos, quien dijo al pie del féretro: (…) ´todavía hay muchos interrogantes’.

Al tiempo que lo anterior bullía, una carta firmada por tres convictos paramilitares circulaba con escalofriantes señalamientos contra el exalto comisionado de paz Luis Carlos Restrepo, actualmente fugitivo; y, el representante a la Cámara Iván Cepeda, denunciaba con nombre propio amenazas contra su vida.

Un país así no puede ser el más feliz del mundo. Es más bien un pueblo embadurnado  de miedo y frustración por cuenta de quienes lo gobiernan.

No hay políticas públicas que estabilicen el ánimo colectivo, ni la calidad de vida. Los mandamás fabrican su propia felicidad con el abuso del poder, mientras los gobernados convierten sus falencias en imaginaria felicidad.