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MAMÁ : ¿POR QUÉ NOS LANZAN GASES?

niñollorandoMamá: ¿Por qué nos lanzan gases?

 

Jaime Enríquez Sansón

Carmen, una mujer a quien la intemperie y el sufrimiento le han vuelto el rostro como de edad indefinible, había escogido el más quebrado borde de la carretera para poner allí el fogón. Sobre la tosca construcción en piedra, un perol grande, con agua a punto de hervir, esperaba la porción de papa, de esa trasladada desde el lejano sembrado, los trozos de pollo, algunas yerbas y sal. Y precisamente cuando esperaba el segundo hervor que anunciaría la posibilidad de compartir la elemental pitanza, apareció el grupo ominoso de uniformados que en un principio uno de los pequeños autodesplazados tomó por personajes de televisión: los valientes ninjas que siempre llegan a proteger al indefenso y socorrer al débil.

Estupor

Pero pronto su alegría mezclada con admiración se tornó en estupor y desconcierto porque los gritos, las palabras soeces, los gestos desafiantes y obscenos, las piedras y los palos, los gases y los disparos enrarecieron el ambiente y quebraron la hasta el momento tensa calma.

Y el llanto desmoronó temprano la voz de la esperanza y se repitió en mil ecos que brincaron quebrada abajo, rodaron por las pendientes, se mezclaron con las voces sucias y se tornaron en plegaria impotente que no alcanzó a llegar al cielo porque la secuestró la Iglesia y la estigmatizó el Estado.

La pregunta semiahogada por el llanto restalló entonces como para sacudir nuestra conciencia: Mamá, mamita, ¿por qué nos lanzan gases?

Origen

El origen de ese cuadro dantesco que clama exigiendo justicia, sin embargo, no es de hoy, ni de estos días. Empieza con la larga agonía de los labriegos condenados por décadas a trabajar la tierra en contra de la opresión del terrateniente o en lucha frontal bien con la sequía, bien con los torrenciales aguaceros. Porque la parcela colombiana, fecunda, ubérrima, hermosa, ha sido objeto de apropiaciones violentas, de ambiciones insanas, de insaciable codicia. Y eso ha ocurrido desde hace mucho tiempo, desde cuando las carabelas violaron el paisaje al recortarse en la distancia marina. La ambición bastarda, el atropello vil en busca de oro y de poder, fueron el marco que parió nuestro mestizaje para abonar con sangre la parcela indígena. Casi en seguida en la cuenta de los años, llegó la negritud -carne del asalto y el secuestro en la costa africana- para explotar las minas y satisfacer las ansiedades lúbricas del patrón. Los hijos evocarán a Changó y bailarán candombe mientras la cumbia nueva tejerá su melancolía irredenta en las noches de luna.

¿Cuál independencia?

Fundados los pueblos y villorrios, la burguesía criolla aspirará a los cargos y se levantará en armas con el apoyo de los mestizos, los negros y los indios. Así nace el poder repartido en diez o doce familias para quienes trabajan como soldados, como artesanos, como agricultores, como a medieros, como mineros, como policías y soldados rasos, el resto de la población que se comió el cuento de una independencia ficticia y que se contenta con un salario de hambre (salario viene de sal), mientras Ardila Lüle y sus émulos, imponen el sabor de las bebidas y su tamaño, los precios y los sueldos, los enlatados de la televisión que debe ver el pueblo, la forma cómo deben vestir – Colombia Moda o Colombia Boba – el discurso de los senadores y representantes, los textos a firmar en los acuerdos de paz, la clasificación de los equipos de fútbol – léase Liga Postobón – la importación de alimentos, los TLC, las relaciones con Nicaragua, Venezuela o Ecuador, los reálities, las corbatas del presidente y sus ministros, la empuñadura de los sables, el paño de los trajes clericales, la calidad de los teléfonos celulares y computadores, los programas escolares y el maquillaje de la señora Ministra de Educación.

¡Revienta!

El inventario no acaba allí. Y como no acaba, como la explotación y el abuso se prolongan e incluso llegan a crecer, como la misma justicia se ha vendido y los tribunales se ponen la vieja toga de la desidia, el pueblo tenía que reventar. ¡Y reventó! Ya lo absurdo de la realidad agraria como política de Estado había sido denunciada en el Congreso. El senador Jorge Robledo y los demás integrantes de la bancada de la oposición habían reclamado por un trato más humano, más racional, a las clases oprimidas. Las consecuencias a corto plazo de los Tratados de Libre Comercio estaban advertidas. Pero el mismo pueblo, que se olvidó muy pronto del abuelo negro traído desde África en las oprobiosas sentinas de los barcos corsarios o del abuelo indio asesinado como el hijo de la Gaitana, se aprestaba a incurrir en la vergonzosa reelección presidencial y de los integrantes de la fauna mayoritaria, por fin llegó a recapacitar y se lanzó a las encrucijadas de los caminos y a las trochas llamadas carreteras, para hacer sentir su voz.

Cifras

Pese a todas las advertencias y presagios, sin embargo, el gobierno no oyó. Y dejó que el incendio se propagara y que se dieran a conocer unas cifras que no sólo son lamentables sino peligrosas. Aunque el gobierno las quiere ignorar porque ¿qué representan para el aparato oficial ocho muertos, más de ochocientos heridos, veinte días de paro? Al fin y al cabo el que perdió cosechas y trabajo y leche y alimentos no fue el sistema. Y en fin de fines quién pagará los daños y los gastos no será ni el presidente, ni el ministro de esta o aquella cartera. Las indemnizaciones, los costos, los pagaré yo, y los pagarás tú: los pagaremos nosotros, el pueblo, la carne de cañón de las guerras, los conflictos. Los perjudicados por el verano, por el invierno, por las tragedias, por cualquier forma de violencia. Yo, tú, nosotros: los únicos pronombres que saben de luto injusto, de opresión y dependencia. Yo, tú, nosotros, los de abajo, los de ruana o de ropa comprada en los Sanandrecitos o en el Bomboná de Pasto o en las tiendas de Tulcán.

Mamita:  ¿Ya sabes por qué nos lanzan gases?

Ese rostro curtido de la campesina de edad indefinible se llenó de pasmo. Porque no podía entender las razones, ni comprendía el alcance de la arremetida de esos hombres disfrazados de Robocop, ni alcanzaba a traducir en su campesino lenguaje la vileza de los insultos y las palabras procaces, ni lograba calmar el ardor de los ojos, la nariz y la garganta producida por los gases y a duras penas podía eludir los guijarros, mientras otras piedras agudas y finísimas se enterraban en sus pies descalzos.

Será necesario que transcurran los días. Que se calme el paisaje convertido en una naturaleza muerta de miedo y llegue a serenarse el agitado latido de las sienes y el corazón, para poder sentarse a pensar en cuanto ocurre. Y para hallar una respuesta a ese desgarrador grito del niño antes de ver caído en un charco de sangre a su vecino: «Mamita: ¿Por qué nos lanzan gases?».

Pasto, 9 de septiembre de 2013.

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