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NOTA EDITORIAL:EL DEBATE

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EL DEBATE

Definitivamente el país quedó defraudado por el anunciado debate sobre el paramilitarismo en Colombia, como consecuencia del saboteo ejercido por el Centro Democrático, que, ciegamente, se dedicó a proteger a su líder y principal implicado en las denuncias.

El senador Álvaro Uribe en vez se responder una a una las acusaciones formuladas con algunas pruebas, se dedicó, junto con su bancada, a realizar un «matoneo» contra el senador Cepeda, quien, por atreverse a realizar las denuncias, fue acusado ante la Corte Suprema de Justicia.

El país quedó pendiente de las respuestas concretas sobre si el paramilitarismo fue un hecho que apoyó a la clase política y dirigente de este país. Los únicos que fueron juzgados por ese asunto fueron los congresistas que, en buena parte, recibieron su respectiva condena  de la Justicia.

Los mismos paramilitares se jactaban en indicar que contaban con el 30 por ciento de los congresistas (senadores y representantes a la Cámara). Así mismo, expresaban que estaban presentes en todas las instituciones, pero nunca se avanzó más allá del Congreso.

Colombia, que en la actualidad busca la paz, debe conocer, de una vez por todas, la verdad en torno a la oscura página de la Historia colombiana, protagonizada por una mafia de narcotraficantes y paramilitares. Es hora de pasar esa amarga página, pero para ello el país debe, como mínimo, saber quiénes fueron los promotores de los seis millones de víctimas.

Ese debate, que es imposible de realizar en el Congreso, debe trasladarse a otros escenarios para que Colombia conozca la verdad y no esté condenada a repetir esa lamentable historia. Esos debates deben hacerse en la academia, en los barrios, en los pueblos, entre los sindicatos y demás organizaciones comunitarias.

Hoy, el país, ante la actuación del Legislativo, seguramente seguirá mirando esa organización legislativa con desconfianza; y nunca podrá ser la vocera de un pueblo que sufre la violencia ocasionada por organizaciones que masacraron y desplazaron a buena parte de los colombianos.

Ahora todos condenan el paramilitarismo en discursos politiqueros, pero con los hechos siguen respaldando a las mafias paramilitares y narcotraficantes. Colombia debe cambiar para bien de todos. Tenemos que abandonar la «cultura mafiosa» que se tomó todas las instituciones y sectores del país.

Es el momento de hacer un debate sobre todas las consecuencias de esa  mafia que ha sido promovida por acción u omisión en todos los sectores de la sociedad colombiana. Hoy, el paramilitarismo sigue «vivito y coleando», con las llamadas bacrim (bandas criminales), que son lo mismo que las AUC.

Hoy, las personas que se atreven a alzar su voz contra las mafias son estigmatizadas, en un esfuerzo de los sectores comprometidos por tapar todos los desafueros, para salir inmaculados a pesar de tener responsabilidad en los hechos que, seguramente, la historia  juzgará.

Colombia necesita, exige y anhela la paz, pero, sobre todo, urge que se diga la verdad. Hay que conocer a fondo quiénes fueron los responsables y cómplices del genocidio que registró nuestro país.