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Pijao: UN PUEBLO QUE TEME SER ARRASADO

Pijao está certificado como destino turístico sostenible. Es uno de los pueblos más bonitos de la zona cafetera.

 

 

Los habitantes de este municipio de la zona cafetera temen que el río y las quebradas acaben con su pueblo. Para disminuir los riesgos, la Procuraduría General de la Nación presentó una acción popular que fue acogida por el Tribunal Administrativo del Quindío.

–¡Atento…! ¡Atento…! Vigía Guamal para doce siete… Vigía Guamal para doce siete…

Norberto Serna, el coordinador de la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres del Municipio de Pijao, se apresuró a contestar el radio. Había un tono inusual en la voz de Antonio Guerra, el campesino que vigila el caudal de la quebrada Las Pizarras en la vereda Guamal, a unos tres kilómetros del pueblo.

–¡Adelante… vigía Guamal…! ¡Adelante! ¡Lo escucho, vigía Guamal!

­–Doce siete… ¡Prepárense, que va bajando una empalizada por Pizarras…! También veo mucha piedra y lodo; está cayendo una borrasca en la cabecera… la corriente está cogiendo mucha fuerza.

–Entendido, vigía Guamal, entendido… Gracias.

Norberto Serna se bajó de prisa de la camioneta. Eran las 4:30 de la tarde. Acababa de hacer un perifoneo para invitar a los habitantes del casco urbano de Pijao a participar, al día siguiente, en el simulacro nacional de evacuación. Mientras caminaba hacia su oficina alertó a los bomberos y reparó en los nubarrones oscuros estacionados sobre las montañas que rodean el pueblo.

En ese momento, el jefe de la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres sintió el primer cimbronazo bajo sus botas todoterreno. Eran movimientos leves. Había aprendido a identificarlos a fuerza de estudiar el comportamiento del río Lejos y de las quebradas Las Camelias y Las Pizarras, las principales amenazas para este municipio incrustado en las montañas del Quindío, a unos 40 minutos en carro desde Armenia.

El cimbronazo –explica Serna– se debe al choque violento de las rocas ­–algunas de varias toneladas– que se precipitan montaña abajo, en medio del bramido monstruoso de las aguas que bajan encañonadas entre barrancos. A su paso, arrancan de cuajo los árboles cercanos y producen ese temblor que se alcanza a sentir en la plaza principal de Pijao. «Es aterrador», dicen quienes han visto este fenómeno de la naturaleza.

Serna vio aparecer, de repente, una romería de personas en la plaza principal. Corrían en dirección al río. Llamó de nuevo a los bomberos y les pidió que acordonaran la zona del puente, donde algunos curiosos se apiñan –en un acto de imprudencia extrema– para observar la alucinante escena de las aguas embravecidas.

Mientras el piso cimbroneaba por el choque de las piedras, el aire del pueblo se impregnó de un olor a fango y a cosas descompuestas. Los habitantes saben que el olor se hace más fuerte a medida que la corriente arranca masas de tierra de los barrancos que bordean el cauce. Este fenómeno es más visible en un punto conocido como la cárcava de Pizarras, una gigantesca zona erosionada que desprende lodo y piedras con cada aguacero fuerte.

Norberto Serna cuenta que unos 50 habitantes de los barrios ubicados en la zona de mayor riesgo salieron a la carrera hacia uno de los puntos de encuentro elegidos para casos de emergencia. Pocos días antes les había tocado hacer lo mismo, debido a una creciente que alcanzó a llegar a las primeras casas.

Pero esta tarde, el río Lejos, en el cual desemboca la quebrada Las Pizarras, a unos 800 metros del pueblo, amortiguó el embate de la corriente. Desde la orilla, algunas personas vieron cómo las aguas arrastraban lo que por aquí llaman una ‘empalizada’, conformada por decenas de troncos; luego la corriente se tranquilizó y los habitantes de Pijao regresaron a sus actividades cotidianas bajo una llovizna leve.

Zonas deforestadas

Menos de 48 horas después de la creciente intentamos llegar a la parte alta de la montaña, donde se encuentra la zona erosionada, para observar las consecuencias de los aguaceros más recientes. Adelante va Norberto Serna. Lo sigue el procurador judicial ambiental y agrario de Armenia, Carlos Arrieta, quien estudia las amenazas que acechan a Pijao y participa en las acciones que la Procuraduría General de la Nación ha tomado para ayudar a prevenir el riesgo de una tragedia.

La más importante de estas actuaciones fue una acción popular interpuesta en marzo del 2018 ante el Tribunal Administrativo del Quindío, organismo que acogió los argumentos del Ministerio Público y les ordenó a las entidades locales y regionales (Gobernación, Alcaldía de Pijao y Corporación Autónoma Regional (CRQ)) que tomaran medidas cautelares. Meses más tarde, en fallo de primera instancia incluyó entidades nacionales en la ejecución de las acciones necesarias.

Completan el grupo de caminantes los funcionarios de la CRQ y de las unidades departamental y municipal para la Gestión del Riesgo de Desastres, un socorrista de la Defensa Civil, un contratista del municipio y este cronista.

Minutos antes habíamos tratado de cruzar el cauce de Las Pizarras en las camionetas, pero resultó imposible. Grandes rocas tapizaban el lecho del río en el lugar por donde antes se podía cruzar en un campero. La corriente aún bajaba turbia debido al barro que se desprende de la cárcava. Decidimos entonces seguir a pie por una trochita que asciende paralela a la quebrada.

Serna explica que las piedras de mayor tamaño se quedan ancladas en los lugares donde el río logra explayarse durante el recorrido. Otras llegan cerca de la desembocadura del río Lejos y las más pequeñas, junto con toneladas de arena, siguen hacia el pueblo donde la corriente hace una comba inquietante, a pocos metros de las primeras construcciones, y se desliza por uno de sus costados. Los habitantes temen que un día la creciente sea tan grande que el río siga derecho por la mitad del pueblo y arrase con todo lo que encuentre.

Hasta ahora las lluvias no han ocasionado grandes tragedias. Pero los funcionarios de la alcaldía local y algunos habitantes afirman que de unos seis años para acá, las crecientes son más agresivas, hasta el punto que destruyeron un puente e hicieron reubicar algunas casas.

En el camino nos encontramos con Alejandro Pineda y Carlos Tangarife, dos campesinos que suben a recoger guayabas. Dicen estar atemorizados por la posibilidad de que se repita la creciente. «Es miedoso. Hace como seis años, en una borrasca, se llevó un puente que había allá abajo», dice Pineda.

A medida que subimos es notoria la deforestación de la cuenca. Solo se ven potreros, excepto por los bosques de pinos que una empresa multinacional usa para producir papel. Los pastizales llegan hasta el borde de los barrancos, de cuyas paredes se desprenden grandes masas de tierra con el choque de las aguas enfurecidas.

Al final del tobogán

Al coronar una pendiente, junto a un bosque de pinos, el espectáculo resulta impactante: varias capas de rocas cubren, de orilla a orilla, el lecho de la quebrada. Son miles, algunas de casi dos metros de alto. Fueron arrastradas por las aguas embravecidas desde lo alto de la montaña y depositadas en este lugar, donde el cauce se explaya junto a un potrero. Los habitantes temen que un día las piedras irrumpan en el pueblo.

Casi dos horas después regresamos a Pijao. Es mediodía. Algunos turistas recorren las calles del centro y toman fotos de las fachadas de colores llamativos, herencia de la colonización antioqueña. Este municipio es una de las joyas del paisaje cultural cafetero y está certificado como destino turístico sostenible.

Con lo primero que se topan los turistas al llegar al parque es una pancarta en la que han pintado el croquis del pueblo bajo el título Ruta de Evacuación.

En los alrededores del área urbana se cultivan cítricos, plátano, banano y aguacate hass. También persisten el café y la ganadería, pero los pijaenses se han aferrado, especialmente, al turismo y confían en ser una potencia dentro de algunos años.

La arquitectura típica y las montañas son su principal atractivo. Sin embargo, esa ubicación geográfica también es su debilidad. El pueblo fue fundado hace 116 años en la explanada donde desemboca el río Lejos después de abandonar el cañón: «Es como estar ubicado al final de un tobogán», dice el jefe de la Unidad de Gestión del Riesgo.

Esa situación hace que Norberto Serna y otros funcionarios comparen a Pijao con Mocoa, donde una creciente de agua, lodo y piedras mató más de 300 personas y destruyó unos 15 barrios en la madrugada del primero de abril del 2017. En esa ocasión, tres ríos se salieron de su cauce luego de un aguacero de casi ocho horas.

«Tememos que Pijao sea otra Mocoa», dice el secretario de Planeación, Medio Ambiente e Infraestructura del municipio, Roberto Emilio Flórez Álvarez. El funcionario explica que la Universidad Gran Colombia, la Gobernación y el Municipio hicieron un inventario del riesgo que los acecha: «Se hallaron 150 remociones de tierra y cuatro fallas geológicas –una atraviesa el municipio– y se comprobó que de los 12 municipios de Quindío, Pijao es el más afectado por temas sísmicos y de remoción de masas».

Un día antes de venir a Pijao, los funcionarios de la CRQ y de la Unidad Departamental para la Gestión del Riesgo de Desastres me habían explicado en Armenia que, además de las causas ya mencionadas, los suelos de Pijao son muy jóvenes e inestables, lo que favorece las erosiones que han dado origen a las cárcavas de Las Camelias y Las Pizarras. La primera de estas es la más intimidante. Su tamaño es equivalente a de unas 50 canchas de fútbol y deja caer tierra y piedras con cada aguacero fuerte.

La defensa de Pijao

Para prevenir que una catástrofe de proporciones bíblicas afecte este municipio, la Procuraduría General de la Nación asumió, en el 2017, el papel de articulador de las entidades involucradas en diseñar y ejecutar las obras que disminuyan los riesgos, pero al ver que las acciones no avanzaban decidió instaurar una acción popular que fue acogida por el Tribunal Administrativo del Quindío.

«En la acción popular se plantearon dos líneas: el daño ambiental puro, es decir, el que se causa al medio ambiente, y el daño consecutivo, o sea, el daño a la población en caso de que se materialicen esos riesgos de inundaciones y avenidas torrenciales por la creciente súbita del río Lejos y sus afluentes», explica el procurador regional.

Un mes después, el Tribunal Administrativo del Quindío acogió las solicitudes hechas por la Procuraduría General de la Nación y ordenó, entre otras cosas, el encerramiento de las cárcavas para impedir el paso del ganado y facilitar la recuperación natural de la capa vegetal, la reforestación de zonas cercanas al casco urbano, la divulgación de un plan de evacuación y la instalación de una sirena que funcione de manera autónoma a las redes eléctricas del municipio.

«Antes de que llegara la Procuraduría levantábamos las manos pidiendo ayuda y nadie volteaba a vernos», dice Roberto Emilio Flórez Álvarez, quien resalta que después de las medidas cautelares se comenzaron a ejecutar algunos proyectos que permanecían estancados e, incluso, la empresa privada y los dueños de las fincas han colaborado.

Cuenta, como ejemplo, que la Gobernación entregó 10.000 metros lineales de alambre de púas, una empresa regaló 1.500 troncos de madera, un finquero cedió en comodato 1,5 hectáreas de potrero para reforestación natural, y el batallón de alta montaña se encargó de instalar la alambrada para encerrar la parte alta de una cárcava y permitir que crezca de nuevo el monte.

Sin embargo, tanto la Procuraduría como el Municipio de Pijao y la Defensoría del Pueblo, que también ha acompañado este proceso, claman por soluciones de fondo. Ahora esperan que estas comiencen a llegar luego de que, el 15 de noviembre del 2018, el Tribunal Administrativo del Quindío falló en primera instancia la acción popular interpuesta por el Ministerio Público.

«Además de que ratifica las medidas cautelares, el fallo es trascendental para los habitantes de Pijao porque vincula entidades del orden nacional, como la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y los ministerios de Vivienda, Ciudad y Territorio y de Ambiente y Desarrollo Sostenible, en el conocimiento del riesgo que corre ese municipio, porque ni Pijao ni Quindío tienen el presupuesto que se requiere para construir las obras que disminuyan el riesgo», señaló el procurador regional.

En ese sentido, la Administración de Pijao analiza los posibles escenarios que, seguramente, se sentarán a discutir con el gobierno nacional para evitar una tragedia.

Se barajan tres alternativas: comprar las seis fincas alrededor de las cárcavas y reforestarlas, pero el proyecto cuesta unos 43.000 millones de pesos (más de siete veces el presupuesto anual de inversión del municipio); construir obras de mitigación, que también requiere inversiones multimillonarias, y, cómo última opción, reubicar el municipio.

Frente a esta última posibilidad el secretario de Planeación guarda silencio por unos instantes. La reubicación es un tema espinoso y quienes administran el municipio lo tocan con precaución. «Aquí nacimos y aquí nos morimos”, me habían dicho minutos antes dos personas que transitaban por la plaza principal; otras argumentaron que estas tierras fueron colonizadas por sus ancestros y que “Dios es el que tiene la última palabra».

Roberto Emilio Flórez Álvarez retoma la conversación. Dice que en 1999 se ventiló la posibilidad de reubicar el pueblo y la gente se rebeló: “No quieren saber nada de reubicación”.

«La gente quiere mucho su pueblo, sus tradiciones y, además, toda la vida hemos convivido con ese riesgo –agrega–. Aquí se vive muy sabroso, hemos diversificado la producción agrícola y el municipio está en camino de convertirse en una potencia turística… Lo que debemos hacer es buscar la manera de disminuir ese riesgo y ya comenzamos a hacerlo. Tenemos la esperanza de cumplir ese propósito ahora que la Procuraduría logró que el gobierno nacional pusiera los ojos en Pijao».

El pueblo fue construido en la zona inundable del río Lejos.

Miles de piedras son arrastradas por las crecientes desde lo alto de la montaña y depositadas en las partes anchas de la quebrada Las Pizarras.

Las quebradas Las Camelias y Las Pizarras permanecen vigiladas por 12 campesinos que actúan como vigías voluntarios.

El sector de La María, aledaño al río Quindío, es uno de los puntos vulnerables. Foto Crónica del Quindío.

El sector de La María, aledaño al río Quindío, es uno de los puntos vulnerables.Foto Crónica del Quindío.