Opinión

La historia: ¿EN MANOS DE QUIÉN?

La historia: ¿EN MANOS DE QUIÉN?

 

 

Claudio Ochoa

En medio de las toneladas de mentiras que pasan y pasan por las redes sociales, de las «verdades» acomodadas en medios de comunicación, y de comunicadores comprometidos con alguna de las partes interesadas en seguir jugando a quedarse con Colombia, en unos cuantos años la historia del país será mucho más confusa que hoy, y quienes ahora están naciendo quedarán en cero ante tantas fuentes de información sobre el reciente pasado del país. ¿A quién creerle?

¿A quién creerle? ¿A los archivos de Google, cada vez más atiborrado de noticias y notas de todo? ¿Al cúmulo de registros de nuestros medios tradicionales de comunicación? ¿A los textos escolares? ¿A nuestros escritores y novelistas? ¿Al palabrerío en el Congreso Nacional y a los cansones foros y webinars? ¿Y qué pasará con nuestras Academias de Historia?

La historia siempre tiene y tendrá mentiras y vacíos. Sobre Bolívar y Santander cada vez las historias son más borrosas y cada quien las interpreta a su acomodo. Preguntemos a ver qué sabe uno de nuestros bachilleres sobre estos dos personajes… Qué tal sobre los hechos del 9 de abril, que seguimos sin saber sobre los objetivos y autores del asesinato de Gaitán. Un asunto de mucha actualidad, el asesinato de Álvaro Gómez, ¿cómo quedará para la historia?

Las facetas de nuestra historia nacional las siguen imponiendo los intereses de algunos actores externos, que   manejan a su acomodo nuestro tema más trajinado durante estos últimos 20 o 30 o 40 años: la paz. Bien puede ocurrir que, en los institutos de ciencias políticas, las universidades y archivos básicos de Noruega, Suecia, Cuba, España, Venezuela, Estados Unidos, la OEA, la ONU, etc. tengamos, por ejemplo, a alias timochenko y a Juan M. Santos (con la farsa de su Nobel) como los pacifistas del siglo XXI. Porque casi todo pasa por el producto paz, y en el exterior sí que lo manipulan los «humanitarios», en detrimento de Colombia. Desde la elección presidencial, hasta la educación, pasando por la progresiva incursión de los discípulos del socialismo siglo XXI. Todo en nombre de una manoseada paz.

El año de 1994 marcó un largo receso en la enseñanza de nuestra historia, cuando el gobierno de entonces prácticamente la eliminó como materia en los colegios. Desde 2017, gracias a una congresista, la tenemos nuevamente. El Ministerio de Educación debe revisar en manos de qué profesores está su enseñanza, asesorándose de historiadores imparciales y si fuere necesario, ajustar lo escrito en textos escolares. Las universidades serias (que las hay las hay) deben aportar, cuidando que sus catedráticos y centros de investigación sean los convenientes, alejando a los infiltrados.

Debemos ocuparnos del frente externo. Un buen paso puede dar este Gobierno, movilizando mediante las embajadas el tema historia y geografía-geopolítica. Como lo hace Corea, que organiza seminarios alrededor del mundo, para editoriales de libros escolares y de nivel superior. En Colombia, por ejemplo, se reúne con estas editoriales, poniendo a su alcance diversidad de textos, de manera que los encargados de elaborar sus libros de historia y geografía cuenten con la versión oficial del país, algo más cercana a la verdad, que muchas otras fuentes. Incluso, Corea patrocina el viaje de estos investigadores, para que sobre el terreno estén más cerca de la realidad.

Las Academias de Historia, deben despertar, que haya una renovación entre sus enmohecidos miembros. El Estado motiva a los jóvenes que están egresando de las universidades, para que se vinculen a ellas. Mentes frescas, sin politiquería partidista ni ideologías importadas.

Si en este momento los colombianos no sabemos cuál es la verdad frente a la explosión de hechos que estamos viviendo, ¿cómo serán las versiones que conozcan quienes no estuvieron presentes en el actual momento, y sólo se enteren de los sucesos por los testimonios que vienen quedando, en textos, en redes sociales, en diarios y revistas, y en otros medios?

Será el colmo que nuestros sucesores no conozcan quienes han sido los grandes desfalcadores del Estado: presidentes, ministros, congresistas, los de «cuello blanco», exprimidores foráneos, etc. Que perdure el testimonio de cómo perpetraron sus delitos. Historias bien detalladas, ante las cuales Auschwitz-Birkenau palidecerá.

«Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla», no escarmentamos, y nos la siguen ocultando y tergiversando.