Opinión

Opinión VÍCTIMA DE UN SOFISMA

Eduardo Aristizábal

El Periodismo en una profesión muy particular, antiquísima, que tiene su preceptiva y su principialística. No cualquier persona puede ser periodista. Me atrevo a decir que nosotros los periodistas somos como los poetas, nacemos, tenemos un ADN exclusivo, nos formamos empírica o académicamente y tenemos que estudiar permanentemente.

Sin embargo, en 1998, basados en un gigantesco sofisma, La Corte Constitucional, Presidida por el Magistrado Vladimiro Naranjo, con ponencia del Magistrado Carlos Gaviria Díaz, ambos antioqueños, redujeron la actividad profesional del periodismo a su más mínima expresión, declarándose simplemente oficio, basados en razonamientos como éstos, que hacen parte de dicha sentencia:

 C-087 de 1998 5 (M.P. Carlos Gaviria Díaz),

Demanda de inconstitucionalidad contra la ley 51 de 1975, «Por la cual se reglamenta el ejercicio del periodismo y se dictan otras disposiciones»

 La Corte señaló que ni la libertad de opinión o pensamiento ni la libertad de expresión requieren, para su ejercicio, determinada preparación o idoneidad académica o intelectual, ya que su titular es toda persona: “Se consagraron así dos libertades íntimamente vinculadas, la de pensamiento y expresión, que de allí en adelante han ganado un reconocimiento indiscutido en los regímenes inspirados por la filosofía liberal. (…)  Ni en la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, ni en la Constitución colombiana de 1991 (ni en tantos otros documentos bien conocidos que no es necesario enumerar) se restringen estas libertades.

Hasta ahí todo va normal hablando de libertad de expresión y libertad de pensamiento, únicamente. Pero qué grave error cuando ese mismo párrafo lo aplican a la actividad periodística, sin entender la gran diferencia que existe en ejercer esos derechos a nivel particular, cualquier persona y a nivel público, solamente el periodista, a través de medios masivos de comunicación. Cualquier persona puede hacerlo en forma irresponsable, el periodista, no; la diferencia es grande.

Pero volvamos atrás y releamos el siguiente párrafo:

La Corte señaló que ni la libertad de opinión o pensamiento ni la libertad de expresión requieren, para su ejercicio, determinada preparación o idoneidad académica o intelectual, ya que su titular es toda persona.

Ese principio no se puede aplicar al periodista. Sería como aceptar que el periodista puede ser cualquier analfabeta. Aquí tenemos que recordar la ya famosa frase popular: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Estamos hablando de una Sentencia de Inconstitucionalidad de hace 20 años y nadie se pronuncia, ni el ejecutivo, ni el legislativo y menos los gremios periodísticos.

Como consecuencia de lo anterior, ahora en Colombia cualquier persona puede ser periodista, simplemente porque tiene derecho a pensar y a informar, no importa que sea un ignorante y las consecuencias ya las estamos sintiendo.

En las campañas políticas ya los diferentes grupos tienen sus propios medios de comunicación, generalmente radio y T.V en calidad de concesionarios, para difundir su propaganda. Sus militantes hacen las veces de periodistas.

Muchos particulares aprovechan estas fechas y hacen su agosto, financiando sus propios medios, haciendo periodismo político, sin ser periodistas, simplemente negociantes.

Y ni qué decir de la repartición de la pauta oficial entre mercaderes que fungen de periodistas y de algunos blogueros que pueden ser comunicadores, no necesariamente periodistas y pescan en río revuelto, con la complicidad de los ordenadores de pauta.

Las entidades de derecho público tienen todo el derecho a comunicar a través de los diferentes medios masivos serios, sus campañas y realizaciones. Pero esto es bien aprovechado por   los mercaderes del periodismo, negociantes que no son periodistas profesionales con dignidad que me hacen recordar al maestro Kapuscinsky cuando decía:

  “Antes, los periodistas eran un grupo muy reducido, se les valoraba. Ahora el mundo de los medios de comunicación ha cambiado radicalmente. La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos les llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hacen preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad. Ahora la mayoría de estos media workers cambian constantemente de trabajo; durante un tiempo hacen de periodistas, luego trabajan en otro oficio, luego en una emisora de radio… No se identifican con su profesión”.  Que bien los describe el maestro Bieloruso.

Lo grave es que en las entidades del Estado no adoptan una política clara y lógica para la repartición de la pauta y viven enfrascados en insulsos debates, más con los mercaderes del periodismo que con los periodistas profesionales.

La pauta de publicidad se debe confiar a anunciadores idóneos, serios, sean periodistas o no, independiente de su profesión, pues dilapidar fondos públicos con gastos mal hechos puede terminar en detrimento patrimonial. Si un periodista se siente presionado, se autocensura por contratar pauta oficial, no puede ejercer la profesión, pues es muy claro que la información, la opinión y franja comercial, son 2 líneas paralelas que nunca se pueden juntar.

No hay manjar más saludable para un periodista que aquel que se saborea cuando toca criticar, con todo el derecho y obligación, la actividad de alguno de sus anunciantes.