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Semana Santa en Cuarentena:UNA OPORTUNIDAD PARA TRANSFORMARNOS EN LA FE

La pandemia nos ha demostrado que todos somos iguales, que tener más dinero o más poder, no nos da la felicidad, ni nos asegura el bienestar. Quitémonos esos maquillajes de egolatría, soberbia, orgullo, envidia.

 

 

 

 

 

Lafamilia.info

La Semana Santa 2020 no será igual a las demás. No visitaremos las iglesias, ni asistiremos a las procesiones; las viviremos a través de una pantalla, estaremos confinados en nuestras casas, viviendo la fe con un espíritu intenso y profundo desde la oración personal y familiar, lo cual es una oportunidad para transformarnos, para vivir la fe de una manera única y especial.

Y como dijo el Papa Francisco el pasado 27 de marzo en la oración por la pandemia, no estamos solos en esta prueba: «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: «perecemos» (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos».

 Así que tomemos este tiempo para una verdadera transformación, en LaFamilia.info te proponemos 3 puntos para vivir en esta Semana Santa en cuarentena, basados en esa homilía tan especial del Papa Francisco:

1. Reconozcamos nuestra vulnerabilidad y volvamos a la oración 

«La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.»

¿En qué habíamos construido nuestras vidas? ¿Nuestras familias? ¿Nuestras relaciones con los demás? ¿Cuáles eran nuestros valores? Tal vez sea momento de replantear muchas cosas de nuestra vida, hagamos un examen a conciencia y volvamos a lo que de verdad nos soporta en todo momento: la oración.

2. Demos al ego su verdadera dimensión 

«Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.»

La pandemia nos ha demostrado que todos somos iguales, que tener más dinero o más poder, no nos da la felicidad, ni nos asegura el bienestar. Quitémonos esos maquillajes de egolatría, soberbia, orgullo, envidia, rencor…

3. «Convertíos», «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12)

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: «Convertíos», «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es.”

(…) «Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalece y sostiene todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza».

Y para complementar estas palabras de Mons. José Antonio Eguren: «Al final el amor siempre vence, y por tanto esta pandemia será derrotada. El cristiano sabe que la muerte, el dolor y la enfermedad no tienen la última palabra. La última palabra la tiene el Señor resucitado. ¡Cristo resucitado es nuestra gran esperanza!».

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.