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Fray Ñero: IMITÓ A JESÚS Y QUERÍA SER COMO SAN FRANCISCO

El padre Gabriel Gutiérrez, se había impuesto la misión de ayudar a los más necesitados, visitaba con frecuencia las «ollas» buscando salvar gente de la drogadicción. 

 

 

Guillermo Romero Salamanca

Gabriel Gutiérrez Ramírez –un ex vendedor de cachivaches en la calle—encontró en el Evangelio la razón de su vida, más precisamente en Mateo 19,21. Leyó una y otra vez el versículo que le impactó: «Si quieres ser perfecto, ─le dijo Jesús─, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».

Eso hizo y de inmediato buscó las maneras para convertirse en sacerdote. Se ordenó y luego buscó en San Francisco de Asís su norma de vida. Vestir con un hábito marrón –para simbolizar que era de tierra—y ayudar a los menos favorecidos lo convertían en un soñador permanente.

En sus primeros años de misión estuvo en zonas donde la pobreza, el narcotráfico y la violencia eran común denominador. Se le vio hablando de Dios y sirviendo en Guapi, luego en los Llanos Orientales y posteriormente en Mozambique en África. En el 2015 retornó a su ciudad natal, donde lo llevaron al convento que está localizado en pleno centro de Bogotá, en la avenida Jiménez con Séptima.

De su alcoba –con un catre, un escritorio y una biblia—salía a oficiar la Santa Misa en la Iglesia de San Francisco –la misma que el Día de la Mujer un grupo de furibundas muchachas sin brasiere y gritando arengas contra la iglesia y los hombres querían incendiar—y luego salía a encontrar los máximos tesoros: los habitantes de calle.

Vivía frente al poderoso banco de la República donde se emiten los billetes de cien mil pesos y se toman las determinaciones económicas del país. Al frente también está el parque Santander que escuda al codiciado Museo del Oro donde miles de turistas quedan fascinados con las riquezas expuestas en cajas con vidrios blindados. Pero también están las sedes de los bancos que cobran intereses al límite de usura en los préstamos que les hacen a sus llamados clientes y un poco más allá, decenas de oficinas ofrecen las codiciadas esmeraldas que engalanan los cuellos y orejas de distinguidas damas de la sociedad internacional.

AL SERVICIO DE LOS POBRES

Por esa carrera séptima deambulan cada semana miles de personas que protestan por la falta de Educación, Vivienda, Alimentación o Empleo. Pasan por allí también los encopetados congresistas que hacen las leyes del país, magistrados y jueces. Atrás del Museo del Oro laboran cientos de funcionarios en la Procuraduría General de la Nación que endeudan al país con el avaro BID para sostener la corrupción.

Pero el padre Gabriel Gutiérrez ni calculaba dividendos, ni sabía cuánto se llevaban los usureros que abundan en el país, sino que buscaba a sus amigos: los tenía por montones. Eran los llamados habitantes de calle. Hablaba a diario con el «general Sandúa», un caldense que aconsejaba a los estudiantes de las universidades del sector, con Margarita, Braulio y Mario, el cojo lustrabotas que desempeña su labor en la antigua sede de El Tiempo y con decenas y decenas de hombres, mujeres, jóvenes y viejos, despistados, drogados o sin futuro alguno.

Con sus jeans, sin medias, con unas viejas sandalias y su hábito ceñido con un cíngulo blanco, salía a conversar con sus amigos en la séptima, la carrera décima, la calle del cartucho, las «ollas del vicio», el Voto Nacional, la 17, la 22 y la 26. No se cansaba. Les daba la mano o les daba un abrazo para brindarles un poco de consuelo. Sabía escuchar pacientemente.

Determinó organizar la fundación Callejeros de la Misericordia con la cual podía recibir algunas ayudas como pan, panela, vasos y servilletas, entre otras, para llevarlos a sus amigos y en medio de ese servicio, hablarles un poco de Dios, del Evangelio y de Jesús.

Iva y venía. Oía las historias de uno y del otro. Se convirtió en su confesor para escuchar desdichas donde la violencia, la soledad, la muerte, la tristeza, la enfermedad y el olvido eran factores comunes.

Hace unos 40 años los muchachos de la calle determinaron llamarse «compañeros”, pero el término cariñoso quedó como «ñerito» o «ñerita».

Por eso, por esa amistad, al sacerdote franciscano Gabriel Gutiérrez Ramírez lo bautizaron como «Fray Ñero» quien tomó popularidad por su arduo trabajo llevando una sonrisa, un trozo de pan y un vaso de agua de panela. El arzobispo de Bogotá, monseñor Luis José Rueda lo acompañó varias veces a servirles el desayuno a los amigos del franciscano.

LÁGRIMAS EN UNA ALMOHADA

«El pasado 19 de febrero lo acompañamos en la inauguración de la escultura Jesús Habitante de Calle, en Monserrate donde denunció el asesinato de más de 4 mil callejeros en los últimos diez años», comentó el periodista de RCN Radio Jairo Tarazona.

El padre Gabriel escuchó las denuncias de miles de atropellos en la calle del Bronx, donde el infierno era una forma de vida. Sin mostrar asombro, estoicamente, se sentaba con sus amigos en un andén, un parque o recostado en un poste. Escuchaba a cada uno, también a las mujeres en situación de prostitución y en los últimos meses a cientos de venezolanos que le relataban sus odiseas para llegar hasta Bogotá huyendo del hambre y la miseria de su país.

Cada tarde llegaba cansado a su convento, hablaba con sus hermanos de comunidad sobre lo que estaba sucediendo y les pedía que siguieran en oración por las injusticias que dominaban al mundo.

Ellos le comentaban que habían recibido ropa usada y algunas otras ayudas. En la soledad de su cuarto el padre Gabriel reflexionaba una vez más sobre qué haría Jesús y cómo actuaría san Francisco. Dejaba en su almohada una y otra lágrima por su incapacidad para resolver todos los problemas.

No abandonó a sus amigos ni siquiera cuando falleció doña Rosa Elvira Ramírez de Gutiérrez, su madre. Ese día madrugó con más alegría y salió a llevarles un desayuno digno a unos 700 de sus amigos.

Todo tipo de peticiones le llegaban a diario. Desde una ayuda para un mercado hasta la forma de cancelar un entierro o cómo recaudar un dinero para pagar un arriendo. Escuchaba y buscaba alguna solución.

PAZ Y BIEN

La Covid-19 lo sintió primero con el fallecimiento del «general Sandúa», luego fueron cayendo uno y otro amigo y amiga. Un día también lo alcanzó el mortal virus.

Cuando supo la noticia, escribió:

«Desde el pasado 7 de marzo me han tomado en Colsanitas la PCR la cual dio como resultado POSITIVO para Covid.

Mis hermanos me sugirieron traerme a Funza a la casita de mi Mami, con el permiso de mi superior.

Desde el momento del resultado y por mi edad fui inscrito en el programa de Colsanitas de plan de cuidado en casa por Covid.

En dos oportunidades ha venido hasta acá a valorarme el médico, en donde en su última visita me ha encontrado con la Saturación de oxígeno muy bajita (82%), por lo tanto; me ha ordenado de inmediato manejo con Oxígeno por cánula y me han entregado un concentrador hasta nueva orden.

El día de mañana me programaron la toma de nuevos laboratorios de sangre a domicilio.

Estoy en espera de la autorización de las terapias respiratorias.

Continúo con desaliento, dolor por todo el cuerpo, malestar general; por el momento no tengo fiebre y la tos ha disminuido.

Agradezco profundamente la preocupación de Fray Rafael Blanco, los Hermanos de la Fraternidad, el Ministro Provincial Fray Héctor Eduardo Lugo, Fray Fabián, el Sr Arzobispo de Bogotá y un número muy grande de hermanos de la Provincia.

Además, agradezco a los Miembros de la Fundación Callejeros de la Misericordia, benefactores y voluntarios.

Me han llegado expresiones de solidaridad de los CHdCalle, periodistas, cachivalleros, mujeres en condición de prostitución, sacerdotes, amigos y familiares.

Dios sea bendito

Con aprecio

#FrayÑero»

Este Viernes Santo hacia el mediodía el padre Gabriel Gutiérrez, «Fray Ñero», el sacerdote bogotano, imitador de Jesús, con sueños de ser como San Francisco de Asís, era solicitado en el cielo.

En la tierra les dejó gratos recuerdos a sus amigos de calle, bonitos momentos a quienes le conocieron y reflexión a quienes aún no han leído Mateo 19,21.

Mil gracias padre Gabriel. El cielo lo acoge con alegría. Los querubines entonan las mejores canciones y la Virgen María le brinda un abrazo por ser un buen hijo.

Invitaba a sus compañeros de sacerdocio a recoger a los habitantes de la calle víctimas del coronavirus.