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El jugador caucano: DUVÁN ZAPATA ES DE LOS MÍOS

Duván Zapata un jugador de primer nivel

 

 

 

 

Esteban Jaramillo Osorio

Decenas de errores frente a la portería, se han visto a lo largo de la historia, de futbolistas calificados por sus estadísticas, como goleadores.

No es el de Zapata, contra Uruguay, el único. Infalibles no son los delanteros, así gocen algunos del privilegio de resolver con acierto la mayoría de las jugadas frente al portero.

Pero el margen de error futbolero es tan corto, como amplias son las excusitas cuando no se logra el triunfo. A Zapata lo han condenado, por un malhadado yerro, haciéndolo culpable por el empate, cuando en su jugada la perspectiva era distinta. Chivo expiatorio, porque hubo muchos errores, al punto de ser Ospina, la figura.

Zapata es un goleador indiscutido, un tanque para ir a la guerra, despojado de estética y de lujos.

Él, como Falcao, Muriel, Borré y, tantas veces Borja o Martínez, han sido sacrificados por sistema y esquema, en el modelo de fútbol elegido por Colombia, dominado por los temores, marcando distancia con la osadía, cuando el rival tiene historia.

Colombia convierte a sus goleadores, en opción de pase, desmarque y descarga, con tareas de sacrificio, lo que siempre se valora, pero jugando a distancia, de la portería.

Por ello las equivocaciones a la hora de llegar al gol, son tan discutidas. No tienen perdón y producen mucho ruido. A diferencia de lo que ocurre cuando el planteamiento los arropa y no los somete a jugar en lejanía.

Un delantero goleador, merodeando el área, es un depredador alerta acechando su presa, la que muchas veces se escapa. Lejos de ella, se ve tan incómodo como un sapo en una bañera.

Goles, u opciones, pierden todos. Ninguno es infalible. Como, por ejemplo, Bacca en el penal malogrado, en la serie ante Inglaterra, que eliminó a Colombia en el mundial de Rusia; o el de Tesillo en cuartos de final de la copa América, ante Chile en Brasil, para la despedida.

Ninguno fue premeditado.

Al fin y al cabo, así los tratemos como dioses en la euforia, todos los futbolistas, sin exclusión alguna, son como cualquiera de nosotros en las caídas: desesperados, ansiosos y desconfiados, tratando de salir de un pozo o enfrentados a una jauría.