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Opinión: LA ONDA EXPANSIVA DE UN TRIUNFO

Con el ciclismo hicimos el amor en el Giro de Italia y con la selección en el último partido contra Perú, para encauzar la ruta al mundial de Catar.

 

 

Esteban Jaramillo Osorio

Con una tímida sonrisa, en discurso corto, elaborado, el campeón Egan Bernal instaba esta semana al sublevado pueblo colombiano, a recuperar la cordura y a «hacer el amor y no la guerra».

La frase de vieja procedencia, se hizo pública, décadas atrás, como lema contracultural de los movimientos sociales, cuando Egan aún no había nacido.

Con el ciclismo hicimos el amor en el Giro de Italia y con la selección en el último partido contra Perú, para encauzar la ruta al mundial de Catar, del próximo año.

Colombia marcó diferencias desde los goles, fieles al estilo, precedidos de jugadas colectivas, aunque sin brillo en el trámite general, que exaltaran como apoteósico el resultado.

Preciso en los pases, el equipo nacional, inteligente en el manejo del partido y el saldo a favor, sin acelerar ritmos ni asfixiar con marcajes intensos, a la expectativa del error del rival, para zarandear a Perú inerme, dominado y sin apelaciones.

Ganar era prioridad. El cómo, fue secundario.

Reinaldo Rueda armó y plantó su equipo con sentido común. Motivó el camerino, buscó memorias colectivas, se apoyó en las pequeñas sociedades que provienen del pasado en clubes y en selecciones. No inventó, ni improvisó.

Se dio el lujo de pensar en Argentina, rival inmediato, con otras características y un elevado nivel de competencia, porque no seduce con su fútbol, pero tiene figuras dominantes. Es un peligro extremo.

Con técnica se juega con ventaja y Colombia la tuvo, aunque sin alardes artísticos.

Con esfuerzo se domina a los rivales y a Colombia le sobró pasión para aplastar al oponente. De esa manera, despreció las corrientes malignas que, por narcisismo, envenenaban el vestuario.

El fútbol expuesto, ordenado desde las posiciones, el espacio y la pelota, en ocasiones especulativo, redimió a la selección en su crisis y a Reinaldo en su reestreno. Enfrentó este, el reto inicial, con una granada en la mano a punto de explotarle.

Cuadrado fue James, Cuellar fue un guerrero y Mateus Uribe, una bujía interminable.

James no estaba en los recuerdos. Pero, seguro, será importante cuando se reencuentre a sí mismo y a la selección como objetivo prioritario. Ese día recuperará el amor pleno de sus hinchas.