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Apolo 13 y: LAS ELECCIONES EN COLOMBIA

Apolo 13

 

Rafael Camargo

El 11 de abril de 1970 era para los medios de comunicación un día cualquiera, pero para la NASA, en Cabo Cañaveral, era un día para otro salto de la humanidad. El gigantesco cohete Saturno V, de la altura de un edificio de 36 pisos y abastecido de combustible más peligroso creado por el hombre, era la única forma para poder escapar de la gravedad terrestre y llevar a la tripulación del Apolo 13, comandada por James Lowell, a la superficie lunar. Serían los sextos humanos en pisar otro cuerpo del sistema solar.

El despegue estuvo acompañado por una multitud de un millón de personas. Todos los medios de comunicación del mundo llevaron a la humanidad esas imágenes únicas del 20 julio de 1969, cuando Neil Armstrong dejó su huella para la eternidad en el polvo lunar. Pero para el Apolo 13 el interés del público y de los medios desapareció pronto, pues, pasadas 53 horas de vuelo, ocurrió una explosión que llevaría la atención de nuevo a Cabo Cañaveral, que se convirtió en el centro de interés mundial.

Uno de los tanques de oxígeno del Apolo 13, inexplicablemente, había explotado, dejando a la tripulación con muy pocas reservas del elemento más esencial para la vida humana. Lowell llamó al centro de control de la NASA, y dijo: «Houston tenemos un problema». Esas cuatro palabras movilizaron a todos los que, de algún modo, tuvieron relación con la NASA, diseñadores, constructores, operarios y a todos los otros astronautas del programa Apolo. Nadie había previsto algo así. Pensar en ir a la luna sin el oxígeno requerido estaba fuera de cualquier cuestión. Ahora, el objetivo era traer de regreso a estos tres humanos fuera de su elemento. Ninguna opción era buena, pero debían tomar decisiones.

No era un trabajo fácil, todos los escenarios traían más complicaciones que soluciones seguras. Una de las alternativas era utilizar los motores del módulo lunar para acelerar el regreso, de manera que se consumiera menos oxígeno. Así, la ya increíble velocidad de 40 000 kilómetros por hora en el espacio aumentaría, posibilitando que el oxígeno disponible alcance para el regreso. Esta era la decisión correcta, para la mayoría.

Sin embargo, el ingreso a la atmósfera no es tarea sencilla, ya que esta actúa como una membrana elástica. Si la nave espacial viene con un ángulo muy plano puede rebotar y perderse en el espacio. Si, por el contrario, llega con un ángulo muy agudo puede entrar muy rápido y quemarse en la atmósfera.

Considerando esto, la decisión tomada fue no usar los motores para disminuir el tiempo, es decir, un regreso lento, con la posibilidad de maniobrar la cápsula para el ingreso, pues sería terrible llegar con oxígeno, pero no poder ingresar y perderse en el oscuro espacio o quemarse como un meteorito. Entonces, urgía buscar cómo tener más oxígeno, porque las horas se estaban alargando para la poca reserva disponible.

La decisión de no prender los motores no era óptima, pero permitía tomar otras más adelante, a medida que se tuviera más información. Se aprovechó el conocimiento y la experiencia sobre los vuelos anteriores y, siendo muy creativos, los astronautas lograron hacer un ducto con todo el material disponible, empaques plásticos, hojas de apuntes, etc., envueltas en cinta metalizada, para llevar el oxígeno disponible en la cápsula hacia el módulo lunar, donde podían permanecer hasta regresar a la tierra de manera segura.

Esta resultó ser la decisión correcta, pues, al llegar a la tierra, el ángulo no era el correcto, lo cual implicaba otro reto, una nueva decisión… ¿Cómo saber cuál ángulo debería utilizarse? El sistema automático de posicionamiento era la respuesta, pero era, también, un gran consumidor de energía, que ya no tenían. Como consecuencia, optaron por hacerlo de manera manual, alineando el horizonte con el sol. Fue uno de los propios astronautas quien sugirió este procedimiento, el cual requería que los tres trabajarán de manera coordinada, uno tomando el tiempo, el otro orientando el cabeceo de la nave y el último disparando los cohetes, cuyo combustible habían preservado.

La cápsula del Apolo 13 ingresó a la atmósfera terrestre. En el Centro de Control de Houston el tiempo pareció detenerse, todos contuvieron la respiración, los latidos cardíacos de los controladores podían sentirse, nadie hablaba, nadie sabía si el ángulo escogido era el correcto, ¿y si se estuviera excediendo la temperatura y ya estuvieran muertos? El rozamiento con la atmósfera es el responsable de la altísima temperatura, a la vez que crea plasma alrededor de la nave, aislando cualquier posibilidad de comunicación hasta que se disminuya la velocidad con el uso de los paracaídas.

Los minutos fueron pasando, el encargado de las comunicaciones empezó a decir: «Houston a Apolo 13, Houston a Aquarius». nombre otorgado al proyecto. Pasaron unos segundos interminables. Todos pensaron lo peor, seguramente ya estarían muertos. La decisión de hacerlo manualmente no fue la mejor, ¿y si hubieran tomado decisiones diferentes? De pronto, en los parlantes y ante las cámaras de todos los medios de comunicación del planeta tierra, se escuchó, de manera clara y transparente, la voz de Lowell: «Apolo 13 a Houston». La felicidad que habían tenido los mismos controladores cuando Armstrong pisó la luna quedó eclipsada.

En el Apolo 11 todo funcionó de acuerdo a lo preparado y entrenado, pero en el Apolo 13 nada estaba preparado, no hubo ensayos sobre lo que intempestivamente ocurrió. Todo fue cuestión de tomar decisiones imperfectas, pero acertadas, para salvar la vida de tres astronautas. Esta misión fue una nueva odisea, en la que todas las opciones eran imperfectas, pero, aun así, había que tomar decisiones, pensando que eso generaría otras opciones sobre nuevas situaciones que dejaran espacio para poder maniobrar. «Fallar no es una opción» es una frase que se le adjudica al director del Centro de Control de Houston, Glyn Lunney, al escuchar los problemas que tenía la misión Apolo 13. Ahora, 52 años después, es totalmente aplicable a la situación de Colombia ante la decisión sobre por quién votar en las próximas elecciones presidenciales.

Las apremiantes necesidades del 40 % de la población colombiana (equivalente a veinte millones de personas), o un poco más, que se encuentra en situación de pobreza, la situación geopolítica ocasionada por la guerra de Ucrania y la polarización del país y el mundo para encontrar cualquier solución son realidades que nos sitúan en un escenario tan complicado como traer tres astronautas que estaban a 350.000 kilómetros de su casa.

Si bien no se trata de plantear por quién votar, no votar tampoco es una opción. No es fácil tomar la decisión con la información disponible y la rebosada desinformación, pues no se cuenta con los elementos suficientes para que cualquier elector reconozca, a ciencia cierta, «este es el mejor candidato para la presidencia de la República de Colombia», pero hay que tomar una decisión, porque, de no hacerlo, Colombia quedaría a la deriva, como el Apolo 13 en el espacio oscuro, como un bote sin timón a la merced de cualquier corriente o viento, listo para hundirse.

No solo «fallar no es una opción», ser indiferente o tratar de eludir la importancia de la decisión lo es aún menos. Por ello, analice cualquiera de los candidatos y sus propuestas con relación a cómo cada una de ellas le afecta a su familia, su negocio o trabajo y a todos, especialmente a los más necesitados. Sin duda, así ya tendrá elementos para decidir por quién votar. En el caso contrario, si usted no lo decide, otros lo harán por usted, basados en sus intereses personales, que pueden ser diferentes a los suyos, y, lo más grave, no buscan el bienestar general. No se puede dejar el futuro en manos de otros.

No es fácil tomar decisiones que no estén basadas en el miedo, el odio o las noticias falsas. Por eso, se puede aprender mucho del equipo de trabajo del Apolo 13 sobre cómo tomar decisiones.

Gustavo Petro y Rodolfo Hernández