Opinión, TOP

LA LLUVIA MERECIDA

Perseguido injustamente se declaró David Turbay Turbay 

 

 

 

 

David Turbay Turbay

 

 

De pie para cantarla, que es la Patria. Fue esta una guerra subalterna aupada por algunos caudillos vulgares, buscando ENGRANDECIMIENTO, ascensos o logros MERCENARIOS y sin méritos. Para mí  ha sido la más noble y viril de las protestas. Un Sexteto de quinta unió su  miserable capacidad destructora para hacerle un mal irremediable a un hombre humilde y provinciano, solo acostumbrado a lo recto y a las emulaciones mentales serias y decentes. Veían en David Turbay Turbay la enceguecedora luz, la que no resisten las pupilas de los topos, ni los búhos de la inmoral incompetencia.  Y sentían con angustia a un pueblo en rebeldía, que lo apoyaba in crescendo todos los días de la democracia criolla. Arrinconados estaban con sus frágiles poderíos basados en centenarios privilegios de vástagos de casas reinantes con lustros de violencia, dolor y lágrimas populares. Nada en ellos era luz, sino vergonzosas trapisondas y rosarios de engaños, sombras sempiternas hollando el derecho y sepultando las verdades para herir a la justicia y la libertad, doblegándolas con halagos burocráticos y contractuales, con procederes de sicópatas y sicarios de baja estopa. Las clínicas de enfermos mentales del país, los han tenido como pacientes, pero nada de ello se conoce, y han llegado, pese a ello, a las altas cimas del poder, para dañar, su especialidad favorita y ruin. Y sorprendieron a quien solo había aprendido en su existencia que sin justicia no reina la DEMOCRACIA, NI HAY VALORES SUPERIORES ni FUNDANTES DE NINGÚN Estado con libertades. Eso aprendí en la casa de mis abuelos y en la de mis padres, y en la comunidad lasallista y en mi Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Creí en la Constitución y en sus leyes. Creí en el honor de los jueces, en su imparcial culto de virtudes. Creí en la soberanía mental, institucional y moral de la patria, ausente hoy en toda la República. Y me ahorcó el club de los amigos, las potencias acostumbradas a la sumisión esclavista y vergonzosa, y los ayuntamientos de profesores y alumnas, que se prestaron para consentir, materializar y consolidar las infamias execrables.

Han pasado los años, los meses, los días, sus minutos y segundos de tristeza. Sé que muy seguramente aún no impera la dignidad en la rectoría defensora de los valores y principios, que añoran los seres de bien. Y ante esas sombras sin grandeza, solo me resta la denuncia. Debo alzar mi voz potente, mi alma sonora, mi vitalidad mental fortalecida. No ha querido la Justicia oírme. Sigue dándole semáforo en verde a los sacrificios continuados de quienes no se doblegan ante los imperios, ni ante la mediocridad de émulos acostumbrados a comprarlo todo y a tratar con esclavos, por su indignidad.

Y daré la batalla. Es muy probable que la pierda. Pero al menos me quedará el reconocimiento nacional, de que en medio de las tempestades batallé, como combaten los grandes, sin miedos ni claudicaciones.  Se creyeron grandes los pigmeos, vencieron los sueños reivindicatorios de la provincia, ahogaron sus mejores esperanzas. No conciben las oportunidades provincianas. Las leyes para ellos no existen, mucho menos la aplicada justicia. Se creen la esencia moral de la Nación, no siendo más que heces y lodo del acontecer nacional. Y lo digo con claridad meridiana y rotunda. «Cuando un dedo señala a la luna, solo los imbéciles miran al dedo!»

Bajaré tranquilo al sepulcro. El ajuste de cuentas, el no respeto por lo digno, acabaron con mi vida de combatiente sin temores. Pero mi caso, y mi alegato, servirán para que la grande y prioritaria victoria de la real justica, algún día se sienta con vigor reconstructor de la fe y las virtudes intocables.

Recordando a Vargas Vila, yo también les digo: «Los perdono, pero que Dios los pierda, no con el fuego que quemó a Sodoma, sino con una fuerte lluvia de caliente mierda!!»