Jhonny Alexis Lizcano L.
Los recientes acontecimientos dantescos de violencia e intolerancia ideológica y política contra el precandidato presidencial y senador colombiano del Centro Democrático, Miguel Uribe Turbay, nos hacen remontar paradójicamente a los años 90. Y no necesariamente a los crímenes de Estado sistemáticos de otros caudillos o líderes políticos de antaño, sino a la afamada telenovela colombiana: ¿Por qué mataron a Betty, si era tan buena muchacha?
Recordemos que la telenovela fue producida por RTI y emitida entre 1989 y 1991, en un escenario sociopolítico nada distante al actual. Marcado por el auge violento del narcotráfico, las disputas bipartidistas con la aparición de una nueva carta constitucional. Y sobre todo, la neurosis de las clases privilegiadas y hegemónicas en evitar a toda costa el accenso al poder de una nueva casta política. En este caso, proveniente de la izquierda colombiana.
La construcción social que nos devela en su narrativa esta enigmática telenovela cuyo guión original fue de Julio Jiménez, pone su acento en una premisa conspirativa y contradictoria, encontrar la verdad de la muerte de Betty. Una joven humilde aparentemente inocente, trabajadora e inmaculada. Pero que a la vista de otros interlocutores ricos y adinerados, representa lo contrario del imaginario social. Lo cual está estrictamente prohibido contradecir.
De ahí radica la presente analogía y controversia actual.
Pues todos al unísono rechazamos categóricamente cualquier expresión violenta o criminal, que atente contra la vida y la dignidad humana. Pero hipócritamente, también promovemos consientes o inconscientes practicas intolerantes de odio, discriminación, desigualdad, inequidad y desesperanza. – Y eso también es violencia -.
La violencia no solo se tipifica como un acto de agresión física. Sino incluso también simbólico y discursivo.
Por eso en un país tan atomizado como Colombia, en donde los discursos, ideologías, creencias o fines económicos y políticos nos distancian abismalmente. El papel de la prensa y los medios de comunicación no debe ser la radicalización mediática, la desinformación y la manipulación informativa. Sino todo lo contrario, garantizar la opinión pública, la democratización de la información y el debate razonado.
El atentado criminal a Miguel Uribe Turbay, aunque no debería justificarse por ninguna naturaleza, es el resultado directo o la causa y consecuencia de la intolerancia recalcitrante por el poder, que se niega abandonar a Colombia.
Marcado claro está por tintes de corrupción, clientelismo, burocracia, desigualdad y elites de poder, que se niegan a consensar cambios estructurales en la nación. El tiempo nos dirá la semejanza o separación existente entre la ficción y la realidad.
Por ahora la metáfora nos sumerge en encontrar las causas externas del atentado. Y descifrar si el móvil fue planeado por una persona o grupo de personas con intereses de desestabilización política o conspirativa. O en su defecto, por causas internas del Centro Democrático o de quiénes agencian los verdaderos intereses económicos y políticos de la nación. O por qué no, la motivación de una causa social, que justifique o incite la confusión, el caos y el miedo colectivo. Obstaculizando estratégicamente los cambios estructurales que demanda la nación.
Cuando vemos que nuestro país se niega a crecer, tolerar, dar la libertad que sangre nueva e ideas e ideales nuevos lleguen al poder , es donde nos damos cuenta que seguimos esclavos en el siglo XXI por los parásitos jurásicos de la hegemonía y el poder.
Un ambiente pesado de intolerancia, odio y conflicto es más perceptible en estos tiempos donde entran los partidos por el rifi rafe de las contienda electorales, pero siempre ha sido así.
Ahora mucho más con un gobierno progresista donde lo que busca a toda costa es mejorar las condiciones y defender lo que al pueblo le corresponde. Se siente más el odio de opositor. Pero llegar a estos extremos en inconcebible de atentar contra la vida de un ser humano por que simplemente estorba para algunos en su camino.
Colombia sangra no solo por las balas, sino por las palabras cargadas de odio. Lo que hoy vivimos no es nuevo, es un eco del pasado que se niega a callar. Y mientras buscamos culpables, olvidamos que la verdadera lucha es contra la indiferencia.