Óscar Javier Ferreira Vanegas
La palabra «pasión» encuentra su origen en el latín passio, derivado del verbo patior, que significa «padecer» o «tolerar».
En su esencia, la pasión es una emoción humana intensa, un sentimiento profundo que se proyecta hacia una idea, un objeto o una persona. Se manifiesta como un entusiasmo vehemente, una fuerza interior que nos impulsa a emprender acciones con compromiso y dedicación, concentrando nuestra mente y corazón en un acto inminente. Es una llama interna que nos motiva a vivir con entrega hacia aquello que amamos.
Desde una perspectiva afectiva, la pasión es un estado intenso y duradero que implica una tensión vital para quien la experimenta. Puede considerarse una forma de estrés que focaliza nuestra energía en algo o alguien.
Para Aristóteles, la pasión se define como un tipo de cambio o movimiento, específicamente una alteración de una cualidad producida por la acción de un contrario.
La pasión también se refiere a una inclinación marcada y una fuerte preferencia hacia otra persona, abarcando sentimientos como inclinación, predilección, devoción, adoración, cariño o amor. Sin embargo, en otro sentido, la pasión simboliza el acto de padecer, lo contrario al goce, significando sufrimiento. Una pasión del ánimo puede ser sinónimo de tristeza, depresión, abatimiento y desconsuelo.
Además, la pasión puede ser un sufrimiento profundo, un abismo de sensaciones obsesivas que pueden conducir a la destrucción. Estas pasiones malsanas crecen sin control hasta generar caos, y podemos convertirnos en víctimas de ellas.
El término «pasión» también se aplica a aquello que no es activo, que no actúa ni reacciona, refiriéndose a la capacidad de soportar un estímulo externo, como en el caso de la palabra «paciente». En este contexto, se utiliza como sinónimo de sufrimiento, particularmente para referir el padecimiento de Jesucristo, su dolorosa experiencia.
La Semana Santa:
La Semana Santa es denominada tradicionalmente como «la semana de pasión» para conmemorar los días previos a la crucifixión y muerte de Jesús, en los que soportó indecibles martirios. Sin embargo, en esta semana en la que la Iglesia invita a la reflexión y la devoción, los dos extremos del significado de la palabra «pasión» parecen invertirse para muchos. La pasión que se vive en estos días a menudo se encamina hacia el derroche, la fiesta y el desenfreno. La «semana de pasión» se ha transformado para algunos en una celebración mundana, donde incluso el Viernes Santo las discotecas abren sus puertas con música que incita al libertinaje y a la cosificación de la mujer. Es, para algunos, una semana de desenfreno pasional.
Se recuerda cómo, hace décadas, durante la Semana Santa, todas las emisoras transmitían exclusivamente música clásica y mensajes devocionales, especialmente el Viernes Santo. Hoy en día, los locutores de emisoras musicales continúan con su programación habitual, a menudo con diálogos morbosos e irrespetuosos hacia las oyentes y chistes de mal gusto.
En esta Semana Santa, mientras el mundo padece la pasión de la guerra, la verdadera pasión debería comenzar en nuestro interior, impulsándonos a la reflexión y a la modificación de nuestra conducta, corrigiendo lo negativo y emprendiendo el bien. Cada hora, cada día, deberíamos motivarnos a superar con fe los obstáculos y a emprender caminos con entusiasmo y optimismo, por el bienestar de nuestra familia, difundiendo amor y paz entre nuestros semejantes. Inspirados en la figura trascendental de Jesús de Nazaret y su inmenso sacrificio por la humanidad, escuchemos su mensaje de paz, amor y fraternidad. En esta semana, caminemos siempre de la mano de Dios.