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Genocidio de Cassinga: ¿EL SILENCIO DE LOS QUE NO TIENEN DERECHO A LA VIDA?

Cientos de víctimas civiles de Cassinga. Foto Archivo Granma

 

 

 

 

Lázaro David Najarro Pujol

Fotos archivos de Granma

 

Uno de los crímenes más horrendo del siglo XX lo cometieron los racistas sudafricanos contra cerca de 3 000 mujeres, ancianos y niños namibios refugiado en Cassinga, en la República Popular de Angola, que vieron caer una avalancha de bombas de fragmentación, fuego y metralla.

Pero el genocidio prosiguió cuando más de 500 paracaidistas despiadadamente arremetieron contra la aterrorizada multitud que no murió por la metralla.

La Isla de la Juventud, en Cuba, acogió al alrededor de mil niños sobrevivientes de aquel genocidio. El 29 de mayo de 1985 el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, acompañado del entonces secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellas, visitó la escuela «Hendrich Wilbooi», donde estudiaban muchos de los que pudieron salvar sus vidas.

El comandante en jefe, en acto publicó expresó con sentido dolor: «Ni ustedes lo olvidan, ni nosotros lo olvidamos, ni la humanidad lo olvidará».

Recuerdo que realizaba la cobertura como periodista del recorrido de Fidel, a quien los ojos que le brillaban de emoción al ver aquellos adolescentes con sus uniformes de estudiante. Fidel vestía, como siempre, el impecable traje verde olivo.

Hurgando entre mis papeles encuentro el libreto que escribí de la visita del líder cubano a la escuela para rememorar aquel amanecer del 4 de mayo de 1978, que se mantiene imborrable en la memoria de los sobrevivientes del campamento de refugiados namibios.

Indefensos fueron atacados por sorpresa con fuerzas aerotransportadas, precedida de un bombardeo brutal contra un campamento inerme.

«Nos satisface mucho, dijo Fidel, que ustedes hayan tenido la oportunidad de escenificar aquí aquel monstruoso crimen, que no nace de la imaginación o de la ficción, sino de la realidad».

Como prueba fehaciente del internacionalismo, una unidad de combatientes cubanos acudió a socorrer a los refugiados.

Fidel expresó: «Pero yo quiero decirles que ese día también murieron algunos cubanos de una unidad que avanzó heroicamente bajo el fuego de la aviación enemiga para apoyarlos a ustedes, obligando a los sudafricanos a una retirada acelerada de Cassinga, y evitando que asesinaran un número mayor de niños y mujeres namibios…»

Participó en la cobertura, además de los periodistas cubanos, un grupo de reporteros de la televisión y de la prensa estadounidense, que acompañaban al secretario general de la ONU en su recorrido por Cuba.

No fue un discurso extenso, aunque interrumpido por las exclamaciones de los estudiantes namibios, no solo de la escuela Hendrich Wilbooi, sino también de la Hose A, Kutako. Todos llegaron a la isla el mismo año de la. matanza de Cassinga, de los cuales unos 300 fueron testigo del crimen.

Fidel evocaba: «Recuerdo ahora que asesinaron más de 900 personas. Tantas personas en unas horas. Como personas hay hoy aquí reunidas, en aquel amanecer traicionero y sangriento; pero no lo olvidaremos. ¡Jamás lo olvidaremos!, y la humanidad tampoco lo olvidará. El pueblo de Namíbia no lo olvidará, ni los pueblos de África, ni los pueblos del Tercer Mundo, nadie en la humanidad con un poco de conciencia olvidará aquel crimen. ¿Para qué? Para’ mantener el colonialismo, para mantener al pueblo oprimido. Pero no sólo al pueblo de Namibia, sino al propio pueblo de Sudáfrica, para mantener el apartheid, para mantener el racismo, para mantener el fascismo, para mantener la explotación de los recursos naturales de esos pueblos, para explotar el sudor y la sangre de esos pueblos…»

Sebastián Nacitunga, entonces estudiante de decimosegundo grado de la escuela Hendrich Wilbooi, aplaudía con entusiasmo en aquella memorable mañana del 29 de mayo de 1985. Vivó el trágico instante de la masacre: «Arremetieron sin piedad con metralla y después con bayonetas. Algunos niños logramos internarnos en el bosque. Más de 900 niños, mujeres y ancianos fueron asesinados tras un ataque por sorpresa…»

Fidel precisaba aquella mañana: «La prensa Internacional no habló una palabra de eso; no, no eran blancos los que. estaban muriendo, eran namibios, eran africanos, eran negros. La prensa -norteamericana, por supuesto, no habló de eso, la televisión norteamericana no habló de eso, porque, 1ogicamente, de eso no se habla. Los africanos, los negros, en la concepción Imperialista del mundo, no tienen derecho a la vida, no tienen derecho a la denuncia, no tienen derecho, a la protesta en su «prensa libre», en su «mundo libre…»

La terrible hecatombe que ahogó en un mar de sangre a cientos de indefensos refugiados queda como una pesadilla en la memoria de los sobrevivientes, entre ellos Adelina Nojona Nushimba, a quien conocí en el acto por el séptimo aniversario del crimen, ocurrido aquella sosiega mañana de mayo.

Casslnga, donde fue la matanza se encuentra a más de 1000 kilómetros de Cabinda, en el sur de Angola.

Fidel señalaba: «Si hay una tragedia en Namlbia, hay una tragedia todavía mayor en Sudáfrlca, donde 24 millones de africanos están totalmente privados de sus derechos por una minoría exigua de blancos soberbios y prepotentes…»

El líder histórico de la Revolución reconoció que las Naciones Unidas han estado haciendo un gran esfuerzo por acelerar la independencia de Namibia. EI secretario de las Naciones Unidas ha expresado aquí su esperanza de que ustedes constituyan el Estado número 160 de las Naciones Unidas.

El entonces secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellas, quien se mantuvo al lado de Fidel refirió a los compromisos de la organización: «Yo quiero que con mi presencia darles a ustedes un estímulo que sepan ustedes que en todos los rincones del mundo se lucha en unos silenciosamente en otros gallardamente, por la independencia de todos y cada uno de ustedes, pero nada puede ayudar más a esa independencia que el esfuerzo personal de ustedes, jóvenes namibianos. Junto conmigo, den les las gracias a Cuba y a su líder por este esfuerzo admirable que hacen para ayudarles a ustedes a ser ciudadanos útiles de Namlbia libre».

Era tanta la convicción con la que Fidel se refería a la aplicación de la Resolución 435 de las Naciones Unidas y la independencia de Namibia que escribí con seguridad aquella mañana del 29 de mayo de 1985: «Más temprano que tarde el pueblo de Namibia conquistará su independencia. Cada trabajador, estudiante y pueblo en general, con las armas en las manos, derrotará a las fuerzas imperialistas que ocupan ilegalmente el hermano país africano. Namibia se conferirá en el Estado 160 de las Naciones Unidas, aspiración de toda la humanidad progresista».

Casi cinco años después, el 21 de marzo de 1990 se arrió la bandera de la entonces Sudáfrica ocupante y racista y se izó la enseña nacional de Namibia.

Reproducción de una escena de la masacre de Cassinga. Foto Jorge Oller.